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Marte.—(Se levanta y habla con voz atronadora e iracunda.) ¡No, por mi lanza! ¡No! !Jamás! Mientras una gota de sangre inmortal aliente en mis venas, Cervantes no triunfará. ¿Cómo permitir que el libro que echa al suelo mi gloria y ridiculiza mis hazañas se alce victorioso? Júpiter, yo te ayudé en otro tiempo; atiende, pues, ahora a mis razones.

Juno.—(Exaltada.) ¿Oyes, justiciero Jove, las razones del valeroso Marte, tan sensato como esforzado? La luz y la verdad campean en sus palabras. ¿Cómo, pues, dejaremos que el hombre cuya gloria el tiempo respetó (y que lo diga Saturno) se vea pospuesto a ese advenedizo y manco, sarcasmo de la sociedad?

Marte.—Y si tú, padre de los dioses y de los hombres, dudas de la fuerza de mis razonamientos, pregunta a esos otros, si hay algo que se atreve a sostener los suyos con su brazo.

(Se adelanta arrogante al medio, desafiando a todos con su mirada y blandiendo su acero.)

Minerva.—(Con rostro altanero y mirada reluciente, da un paso y exclama con voz tranquila.) Temerario Marte, que te olvidas de los campos troyanos, do fuiste herido por un simple mortal: si tus razones se fundan en tu espada, las mías no temerán combatirte en tu terreno. Pero para que no se me tache de imprudente, quiero demostrarte que te equivocas mucho. Cervantes siguió tus banderas, y te sirvió heroicamente en las aguas de Lepanto, donde su vida perdiera, si el Destino no le dedicase a un fin más grande. Si tiró la espada para coger la pluma, fue por la voluntad de los inmortales, y no por despreciarte, como tal vez te lo has imaginado en tu loco desvarío. (Y más blandamente añade:) No seas, pues, ingrato, tú, cuyo magnánimo corazón es inaccesible al rencor y odiosas pasiones. Puso en ridículo la caballería, porque no era ya conveniente a su siglo; además, no son esas las luchas que a ti te honran, sino las batallas campales; tú lo sabes bien. Estas son mis razones, y si no te convencen acepto tu reto.

(Dijo, y cual suele caliginosa nube, cargada de rayos, acércase a otra en medio del Océano cuando el cielo se encapota, así Minerva camina