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Página:Prosa por José Rizal (JRNCC, 1961).pdf/58

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semejante a las diosas de Virgilio, por la luz y el aroma que dejan, pasaba yo las vacaciones al lado de mi familia en mi pintoresco pueblo. Mis diversiones eran las más simples y primitivas: bañarme en las fuentes y arroyos, pescar en el río o en el lago, o recorrer las campiñas montado en un brioso corcel.

Uno pues de los primeros días de este Abril se me ocurrió bañarme en un famoso riachuelo de un vecino pueblo, playero también como el mío. En una ligera y fresca carromata tirada por un caballo iba yo recorriendo la ancha carretera que hacia él conducía. Los campos sembrados de la caña dulce que a la sazón se beneficiaban las ligeras y flexibles cuanto hojosas cañas, el verde y alto Maquiling, el cupang elegante y ramoso, las chozas, las fuentes, todo me sumía no en meditación ni en reflexiones, sino en una especie de sueño, de regocijo inexplicable que se siente y se goza y desaparece tan pronto como se quiera analizar. El sol que entonces se levantaba derramando doquier luz y colores, prometía un día brillante y caluroso. Hubiera querido detenerle en su mañana no con el grandioso fin de vencer a cinco reyes, sino con el sencillo deseo de gozar del placer y de la luz. Pero ni el sol ni los años se pueden detener ya como en las edades bíblicas, y nosotros tenemos que seguir mal que le sepa a nuestro sibaritismo, el invariable curso del Destino.

Pasada la peligrosa garganta que divide y limita mi pueblo del de M*** preséntase a la vista un delicioso paisaje. La iglesia del pueblo con su casa parroquial a lo lejos, entre árboles, cocoteros y cañas, a la derecha la falda del monte y a la izquierda, la ancha Laguna tranquila y apacible, enviando a la playa sus ligeras olas que morían murmurando en la fina arena. Una brisa fresca agitaba las brillantes hojas de los árboles y arbustos que había cerca del camino solitario y desierto. Algunas cabras y ovejas pacían la abundante hierba cerca de la playa.

Después de recorrer bastante trecho detúveme a una casita que hay a la orilla del camino: limpia y fresca, como la india de las orillas del Pasig, rodeada de árboles de nanca y guayaba, entre altas y elevadas palmeras, parecía aguardar al bañista deseoso de sumergirse en las frescas ondas del vecino arroyo. Respirábase en aquellos contornos una paz y una tranquilidad que el susurro de las cañas, esa