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Página:Prosa por José Rizal (JRNCC, 1961).pdf/83

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Al ver tan lastimoso estado, la ira se mitigó en el rostro del extraño personaje, quien, cesando de golpearle, depositó sobre una mesa el roto báculo y exclamó con desprecio:

¡Homo sine homine, membra sine spiritu! ¡Et iste apellatur filius meus!

Al oir aquella voz vibrante y aquel lenguaje para él incomprensible, Fr. Rodriguez quedóse aun más confundido. ¡Aquel no podía ser Fr. Pedro, ni ningún compañero disfrazado! ¡Ca! ¡No podía ser!

¡Et tamen —prosiguió— tanta est vanitas vestra, ut ante me, Patrem vestrum… sed video, loquor et non audis!

Y moviendo disgustado la cabeza, después de algunos segundos habló en castellano con acento extranjero:

—Y ¿sois vosotros los que os llamais hijos míos? Y ¿a tanto ha llegado vuestro orgullo que no sólo pretendeis ya que os teman y adoren gobernantes y gobernados, sino que ni me reconoceis, ni me respetais, a mí cuyo nombre deshonrais, y de cuyos merecimientos abusais? ¿Cómo os encuentro? ¡Insolentes con los infelices, y cobardes con los que no os temen!… ¡Surge et audi!

La voz fue tan imperiosa y el gesto tan significativo que Fr. Rodriguez lo comprendió. Levantóse todo trémulo, procuró enderezarse, y a reculones se metió en un rincón.

Movido de esta prueba de obediencia, tan rara ahora en los que hacen voto de ella, el desprecio dió paso a la compasión en el semblante del personaje, quien ahogando un suspiro, prosiguió en tono más familiar, aunque sin perder su dignidad:

—Por tí, por tus tonterías, me he visto obligado a dejar aquella región para venir acá. Y ¡qué trabajo me costó encontrarte y distinguirte de los demás! Se te parecen todos, con pocas diferencias: ¡cabezas huecas y estómagos repletos! Allá no paraban de embromarme por causa vuestra y tuya sobre todo. Inútil hacerse el desentendido. No era sólo López de Recalde o sea Ignacio de Loyola quien se burlaba de mí con su eterna sonrisa y aire humilde; no era Domingo sólo, el de las pretensiones aristocráticas y estrellita de piedras falsas en la frente, quien se me reía; hasta el mismísimo simplote de Francisco, ¿entiendes? me daba bromas, ¡bromas a mí que he pensado, raciocinado y escrito más que todos ellos juntos!