Ya sé quienes son esos, presentes siempre en tu memoria: los cristianos.
—Sí; solamente ellos. Y entretanto, nuestra vida.. ¿qué es nuestra vida, sino un continuado terror?
—Pero no vuelvas á nombrar á esos cristianos. No temen al César, porque él tal vez ni siquiera ha oído hablar de ellos, y en todo caso nada sabe que les ataña, y le importan tanto como un montón de hojas secas. Pero yo te digo que esas son gentes ineptas. Tú mismo te has dado cuenta de esto: si sus enseñanzas repugnan á tu naturaleza es porque presientes que no son ellos otra cosa que unos pobres de espíritu. Tú eres hombre de un orden superior, de otra clase de arcilla; así, pues, en adelante, no te molestes, ni me molestes á mí por su causa. Nosotros sabremos vivir y morir: en cuanto á ellos, ignórase qué otra cosa sean capaces de hacer.
Estas pabras hicieron impresión en el ánimo de Vinicio; y al volver á su casa le ocurrió pensar que verdaderamente acaso la bondad y la indole caritativa de los cristianos era una prueba de su pobreza de espíritu. Porque parecíale que gentes animadas de fuerza y dotadas de ca rácter no podrían perdonar de esa manera. Y vino á su cerebro la idea de que esta debía de ser la causa real de la repulsión que en su alma de romano sentía por sus enseñanzas. Nosotros sabemos vivir y morir!» había dicho Petronio.
En cuanto á ellos, sólo sabían perdonar y no comprendían ni el verdadero amor, ni el odio verdadero.
CAPÍTULO XXX
El César, al regresar á Roma, sintióse irritado por haber vuelto, y al cabo de algunos días le dominó de nuevo el deseo de visitar la Acaya.
Hasta llegó á expedir un edicto en el cual declaraba