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QUO VADIS

En efecto, terminada la comida y después de su paseo habitual, se hizo peinar y arreglar los vestidos por sus esclavas y una hora después, hermoso como un dios, era conducido al palatino.

Era tarde; la noche estaba tranquila y tibia, y la luna brillaba con tal claridad, que los lampadarii que precedían á la litera extinguieron las antorchas.

En las calles y por entre las ruinas, pululaban multitud de individuos, ébrios de vino, cubiertos de guirnaldas y madreselva y llevando en las manos ramas de mirto y laurel tomadas de los jardines del César.

La abundancia de trigo y la expectativa de grandes juegos, regocijaba los corazones de todos.

Aquí y allí dejábanse oir canciones en las que se alababa á la noche divina» y al amor; aquí y allí también había grupos de individuos que danzaban á la luz de la luna; y los esclavos se veían repetidas veces en la necesidad de pedir que se abriera paso á la litera «del noble Petronio.» Y entonces los grupos se apartaban, aclamando á la vez al árbitro, al favorito popular.

Este, entretanto, iba pensando en Vinicio y extrañaba no haber tenido noticias de él.

Petronio era epicúreo y egoista, pero habiendo pasado últimamente algún tiempo, ora con Pablo de Tarso, ora con Vinicio y oyendo á menudo hablar de los cristianos, habíase modificado un tanto su indole, sin darse él mismo cuenta de ello.

Parecía como si una brisa impalpable, una emanación de ellos, hubiera venido á cernerse sobre su espíritu y á echar en su alma simientes nuevas.

Porque, fuera de su persona, empezaba á preocuparse de otras. Además, siempre había sentido inclinación hacia Vinicio, lo que se explicaba lambién porque en su niñez había Petronio amado mucho á su hermana, la madre del joven tribuno.

Por consiguiente, ahora que había tomado una parte