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QUO VADIS

da, tú en vez de graznar como una corneja, podrías omitir una opinión que no fuese, como tú, necia y obtusa.

Tigelino se mordió los labios.

A la verdad, no se hallaba muy contento por la idea que había tenido el César de leer aquella noche un nuevo libro de su poema, porque ello importaba aventurarse otra vez en un terreno donde le era imposible rivalizar con Petronio.

En efecto, durante la lectura, Nerón, en fuerza del hábito, volvía involuntariamente los ojos hácia Petronio, tratando de notar en su semblante las impresiones que le producían los versos que iba leyendo.

El árbitro escuchaba, alzaba las cejas, asentía en ocasiones, y en otras concentraba su atención, como para estar seguro de no perder ni una silaba. Y luego alababa ó criticaba, proponía correcciones ó insinuaba que se diera mayor suavidad á algunos versos.

El mismo Nerón comprendía que, tratándose de los demás, sus exageradas alabanzas no significaban otra cosa para ellos que la conservación de sus propias personas, y que solo Petronio se ocupaba de la poesía por la poesía misma; que solamente él comprendíala y que si la elogiaba se podía abrigar la certidumbre de que los versos eran merecedores de elogio.

Y así fué cómo gradualmente se vió empeñado en una discusión con él, discusión que por momentos revestia caractéres de disputa; y cuando por último Petronio le manifestó sus dudas acerca de la propiedad de cierta expresión, el César le dijo: —Ya verás en el último libro porqué la he usado.

—¡Ahl—pensó Petronio; —esto significa que viviremos hasta que termine el último libro.

Más de uno de los presentes, al escuchar asimismo aquella observación, se dijo en su interior: —¡Ay de mi! Petronio, con tal que disponga de tiempo,