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QUO VADIS

res de cadáveres entraban sólo en las prisiones en donde había muertos que transportar.

Apoderóse entonces de Vinicio el temor de que aquel privilegio que había alcanzado tras de tantos esfuerzos y tentativas, fuera á resultar inútil. Felizmente su jefe vino en su auxilio.

—La infección cunde mas por medio de los cadáveres, —dijo.—Menester es sacar los muertos inmediatamente, si no queréis vosotros morir también junto con los presos.

—Somos tan sólo diez individuos para todos los sótanos, dijo el guardián, y es menester que durmanos.

—Dejaré aquí á cuatro de mis hombres, quienes recorrerán los sótanos durante la noche, á fin de recogor å todos los que vayan muriendo.

—Si tal haces, beberemos juntos mañana. Sólo que es necesario someter todo cadáver á la prueba: hemos recibido la orden de atravesar el cuello de cada uno antes de mandarlos á las «fosas pútridas.» —Muy bien, pero beberemos juntos, —dijo el sobrestante.

En seguida escogió cuatro hombres, y á Vinicio entre ellos, y se llevó los demás á fin de que le ayudaran a colocar los cadáveres en sus féretros.

Vinicio respiró por fin.

Ahora, á lo menos, estaba cierto de hallar á Ligia.

Empezó por examinar cuidadosamente el primer sótano, llegando hasta los ángulos obscuros adonde no alcanzaba la luz de su linterna. Vió á los que junto á las paredes dormían, envueltos en burdos trajes, notando de paso que los enfermos de gravedad, eran puestos en un apartado rincón.

Pero Ligia, no se hallaba en parte alguna de aquel sótano.

En el segundo y en el tercero, fué su pesquisa igualmente infructuosa.

Entretanto, era avanzada la hora y todos los cadáveres