Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/372

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
366
QUO VADIS

Había también personas que, deteniéndose de súbito, se hacían á sí mismas ó hacian á otras esta pregunta: —¿Qué clase de divinidad es esa, que dá tanta fuerza moral para hacer frente á las torturas y á la muerte?

Y volvían á sus casas abismadas en honda meditación.

Chilo, entretanto, vagaba por los jardines, sin saber dónde ir ni adónde volver los ojos. Sentíase de nuevo impotente, débil, viejo y enfermo.

Ora tropezaba con cuerpos parcialmente quemados; ora contra una antorcha encendida á medias y de la cual brotaba con el choque una lluvia de chispas que parecía seguirle; ora sentábase y miraba en derredor suyo con extraviados ojos.

Los jardines hallábanse ya casi en tinieblas. La pálida luna daba por entre los árboles una luz incierta, con la que débilmente alumbraba las calles, los pilares ennegrecidos que había atravesados en ellas y las víctimas parcialmente quemadas y convertidas en despojos negros é informes.

Y al viejo griego, entre tanto, parecíale que veía surgir de entre el disco pálido de la luna e 1 rostro de Glauco, fljos en él, aún, con persistencia los ojos; y se ocultó entonces á la luz y se retiró á un paraje sombrío.

A poco abandonó también ese sitio á pesar suyo: y cual si lo impeliese una oculta fuerza, tornó hacia la fuente junto á la cual Glauco había entregado su alma á Dios.

De pronto sintió que una mano le tocaba en el hombro.

Volvióse y vió delante á una persona que le era desconocida.

—¿Quién eres tú?—exclamó con aterrorizado acento..

—Pablo de Tarso.

¡Estoy condenado! ¿Qué deseas?

—Salvarte,—contestó el Apóstol.

Chilo se apoyó contra un árbol. Doblábansele las rodillas y pendían sus brazos paralelamente á su cuerpo.