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QUO VADIS

Y sucedióse un largo silencio; y en seguida se oyeron estas palabras del anciano, medio ahogadas entre sollozos: —Qua vadis, Dómine?» (¿Adónde vas, Señor?) Nazario no escuchó respuesta alguna; pero á los oídos de Pedro llegó una voz dulce y dolorida que dijo: —Si tú abandonas á mi pueblo, volveré á Roma á ser por segunda vez crucificado.» El Apóstol yacía en el suelo, pegado el rostro á la tierra, inmóvil y mudo.

Pareció al principio á Nazario que se había desmayado ó estaba muerto; pero por fin se levantó, cogió con temblorosa mano su báculo y volvió sin decir palabra hacia las siete colinas de la ciudad.

El muchacho, al ver esto, repitió como un eco: —¿Quo vadis, Dómine?

—A Roma,—dijo el Apóstol en voz baja.

Y régresó.

Pablo, Juan, Lino y todos los demás fieles le recibieron con asombro; y su alarma fué tanto más profunda cuanto que al rayar el alba, justamente después de su partida, los pretorianos habían rodeado la casa de Miriam y registrádola en busca del Apóstol.

Mas Pedro, á todas las preguntas que se le hacían, con testaba con acento gozoso y tranquilo: —He visto al Señor!Y esa misma noche se dirigió al Cementerio de Ostia á predicar sus enseñanzas y bautizar á todos los que quisieran bañarse en las aguas de la vida.

Y en adelante dirigióse allí todos los días, y tras de él seguían numerosos confesores de su doctrina.

Parecía que de cada lágrima de un mártir brotaban nuevos seguidores de su fe y que cada gemido exhalado en la arena repercutía en centenares de pechos.

El César entretanto nadaba en sangre; Roma y todo el mundo pagano se hallaban en pleno delirio.