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QUO VADIS

buena ventura, leyéndola en el movimiento de los colores del iris en un vaso de cristal.

Después de una serie variada y placentera de pasatiempos de esta índole, Petronio se incorporó un tanto en su rica almohada siria, y dijo con tranquilo acento: —Perdonad, amigos míos, que os pida un favor en esta fiesta. ¿Quiere cada uno de vosotros aceptar como obsequio mío el vaso en el cual ha hecho aquí la primera libación en homenaje a los dioses y por mi prosperidad?

En los vasos de Petronio resplandecían el oro, las piedras preciosas y las entalladuras de afamados artistas; de manera que aunque la costumbre de estos obsequios se hallaba establecida en Roma, un fntimo placer invadió los corazones ante la esplendidez del obsequio actual.

Algunos de los invitados le tributaron por ello abiertamente su gratitud; otros dijeron que nunca Jove había honrado á los dioses con más ricas dádivas en su Olimpo; y finalmente hasta hubo quienes se negaban á aceptarlos, alegando que tales obsequios sobrepujaban á la apreciación ordinaria.

Pero Petronio alzó en seguida su vaso mirrino, que brillaba como un arco iris, y cuyo precio era simplemente fabuloso.

—Este,—dijo,—es el vaso en que sólo yo he libado en honor de la Señora de Chipre. Los labios de hombre alguno volverán á tocarlo de hoy en adelante, y ninguna mano tampoco podrá hacer en él libaciones en honor de otra divinidad.

Y así diciendo arrojó el precioso vaso al pavimento, que se hallaba alfombrado con flores de azafrán, de color de lirio.

Y cuando se hubo hecho mil diminutos pedazos, añadió al notar en derredor suyo multitud de semblantes llenos de asombro: —Mis queridos amigos: alegráos y no os sorprendan mis palabras. La enervación y la vejez son muy tristes compa-