Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo I (1900).pdf/16

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
14
QUO VADIS

automedonte, el cantor, el comediante, no comprende esto.

—¡Lo siento, sin embargo, por Fabricio! Es un buen compañero.

—La vanidad fué la causa de su ruina. Todos sospechaban de él, nadie tenía certidumbre plena; pero no supo reprimirse y reveló el secreto á todos bajo reserva. ¿Has oído la historia de Rufino?

—No.

—Entonces ven al frigidarium (refrijerador) á enfriarte: allí te la referiré.

Y pasaron entonces al frigidarium, en el centro del cual veíase una fuente de la que brotaba un líquido de brillante color de rosa, y con olor á violetas. Allí sentáronse en sendos nichos cubiertos de terciopelo, y se dispusieron á refrescar sus cuerpos.

Reinó el silencio por espacio de algunos instantes. Vinicio, entre tanto, contemplaba con aire pensativo un grupo en que un fauno de bronce, inclinado sobre el brazo de una ninfa, procuraba ansiosamente unir sus labios á los de ella.

—Tiene razón, —dijo el joven.—No hay cosa mejor en la vida.

—¡Más ó menos! Pero, además de esa afición, tienes tú, amor á la guerra, por la cual no siento yo ninguna, porque bien me sé que bajo la tienda de campaña se rompe uno las uñas y pierden éstas su rosado tinte. De ahí que todo hombre tenga sus especiales preferencias. Barba de Bronce ama el canto, particularmente el propio; y el viejo Escauro ama su vaso corintio, que mantiene cercano á su lecho durante la noche, y al cual besa en las horas de insomnio. Y tanto, que en fuerza de este incesante besar, le tiene ya gastados los bordes. Dime: ¿no haces tú versos?

—No; jamás he compuesto ni siquiera un hexámetro.

—¿Y no tocas el laud, ni cantas?

—No.