—Cierto!—contestó Nerón con triste acento.—Escribiré un himno en honor de ella y á la vez le compondré la música.
—Y en seguida irás en busca del cálido sol de Bayas.
—Y luego en demanda de olvido á Grecia.
—A la tierra clásica de la poesía y del canto.
Y gradualmente el estado sombrío y como petrificado de su ánimo fué modificándose y volviendo al reposo, al igual de las nubes que se disipan después de haber estado cubriendo el sol; y en seguida entablóse una conversación, si bien 1 ena de melancolía, llena también de planes para lo futuro, pues en ella se trató de un viaje, de exhibiciones artísticas y hasta de las recepciones que habrían de prepararse con motivo de la anunciada venida de Tiridates, rey de Armenia. Cierto es que Tigelino se esforzó por traer de nuevo á cuento el tema del maleficio; pero Petronio, seguro ya de su triunfo, aceptó sin vacilación el reto.
—Tigelino,—le dijo,—¿crees tú que los encantamientos pueden hacer daño á los dioses?
—El mismo César es quien ha hecho alusión á ellos,contestó el cortesano.
—El dolor era quien hablaba entonces, no el César; pero tú, ¿qué opinas en este punto?
—Los dioses son demasiado poderosos para estar sujeá maleficios.
—¿Entonces pretenderías tú negar la divinidad al César y á su familia?
—¡Peractum est! (1)—murmuró Eprio Marcelo, que se hallaba cerca, repitiendo así el grito que profería el pueblo siempre cuando un gladiador en la arena recibía un golpe decisivo y aplastante.
Tigelino se mordió su propia cólera. Desde hacía tiem(1) ¡Se acabó! ¡Asunto concluido!