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QUO VADIS

va hundiendo en un precipicio y sintiendo á la vez, al caer en él, un secreto gozo, una felicidad incomparable.

Pensó que en este instante de arrobador desvanecimiento cerníase por sobre él, y le confortaba dulcemente, una deidad amable.

Entre tanto Glauco había lavado ya la herida de la ca beza y aplicádole un ungüento curativo. Ursus recibió entonces la palangana de bronce de las manos de Ligia, quien tomó en seguida una copa de agua mezclada con vino que había dispuesta sobre la mesa y la llevó á los labios del herido.

En cuanto á éste, su dolor casi había pasado ya, despues de hecha la operación, la herida y la contusión mejoraban y empezaba á recobrar la plenitud de sus facultades.

—Dame otra vez de beber, dijo.

Ligia llevó la copa vacía al aposento contiguo.

Luego Crispo, despues de haber cambiado algunas palabras con Glauco, se aproximó al lecho y dijo: —Dios no te ha permitido Vinicio, ejecutar una mala acción y te ha conservado la vida á fin de que vuelvas sobre tus pasos. El, ante quien el hombre solo es un grano de polvo, te entregó indefenso en nuestras manos; pero Cristo, en quien creemos, nos ha ordenado amar aún á nuestros enemigos. Por eso hemos curado tus heridas, y como Ligia te lo ha dicho, imploraremos á Dios para que te vuelva la salud; más no podemos permanecer por mucho tiempo consagrados á tu cuidado. Vuelva, pues, á tu ánimo la calma y medita bien acerca de sí es propio de tí el continuar en tu persecución contra Ligia. Ya lo ves: has dejado á esa joven sin tutores, y sin techo á nosotros; más te devolvemos bien por tu mal.

—¿Vais á caso á dejarme?—preguntó Vinicio.

—Deseamos abandonar esta casa, hasta la cual pudiera llegar en contra de nosotros la persecución del prefecto de