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QUO VADIS

entre el pueblo se decía en voz baja que aquel sacrificio debíase á que su barba era roja, como lo habían sido to das en su familia. En su frente, y proyectándose enérgicamente sobre sus cejas, quedaba algo de olímpico. En el contraído ceño advertíase evidentemente la conciencia del poder supremo; pero debajo de esa frente de semidios vefase la cara de un mono, de un beodo y de un comediante; fátuo, lleno de cambiantes deseos, inflado de gordura, a pesar de su juventud, y de un aspecto enfermizo y repugnante.

A Ligia parecióle aquel un sér ominoso, pero, más que todo, repulsivo.

Después de algunos momentos. Nerón dejó á un lado la esmeralda y no miró más á la joven. Esta pudo ver entonces sus salientes ojos azules, rendidos ante el fulgor excesivo de las luces, vidriosos, sin expresión de intelectualidad, semejantes á los ojos de un muerto.

—¿Es ese el rehen de que está enamorado Vinicio?—preguntó Nerón, volviéndose á Petronio.

—Es ella misma—contestó éste.

—¿Cómo se llama su pueblo?

—Los ligures.

—La cree Vinicio hermosa?

—Pon un tronco de olivo dentro de un peplo de mujer, y Vinicio lo declarará hermoso. Pero, en tu semblante, incomparable juez, estoy leyendo yo la sentencia. ¡Innecesario es que la pronuncies! Y esa sentencia es justa: demasiado delgada y enteca, un simple botón sobre unfrágil tallo; y eso, jel tallo! es lo que tú, joh divino esteta!

más estimas en la mujer. ¡Triple y cuádruple razón tienes!

El rostro, solo nada significa. Mucho he aprendido en tu compañía, pero ahora mismo no me juzgo poseedor de un golpe de vista tan perfecto. No obstante, pronto estoy á formalizar una apuesta con Tulio Senecio, acerca de su querida, y asegurar que, aun cuando nos hallamos en una fiesta en que, por estar todos reclinados, es difícil emitir un jui-