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pedir cuenta diaria de su miseria y de su abandono. Podemos, pues, decir que comienza en aquel hecho trascendental la política moderna. Algunos de los que en ella actúan, se esfuerzan en recomendar al mismo pueblo la paciencia y en aconsejar á los Reyes afectuosamente; otros tratan de que prosiga siempre el naufragio de los tronos en el océano popular, y de establecer en vez del principio monárquico el principio de todas las igualdades. ¿Quiénes entre ellos tienen razón? Los que quieren que el pueblo tenga un amo que le dirija, como los niños un padre, ó los que creen al pueblo capaz y único merecedor de su propia dirección? Los pueblos son como los hombres. Bien raro es hallar un hombre que sepa usar con inteligencia de su heredado patrimonio, y emplear útilmente la libertad de sus veintiún años. Cuando el pueblo hace sus revoluciones, es que se cree mayor de edad; y por eso, después del desahogo de sus locuras se ve obligado á volver á un Rey, es decir, á buscar una unidad, una dirección que, mientras más absoluta sea, más dichoso le hará. La revolución, que siempre se anuncia en nombre de las ideas, siempre ha sido sólo cuestión de estómago. El pueblo tiene hambre: el pueblo se bate. Haced que el pueblo, el obrero tenga siempre con que vivir él y su familia; introducid á la vez en su inteligencia los conocimientos que le son necesarios, y las tradiciones revolucionarias se perderán. El pueblo no quiere más á un Gobierno que á otro; lo que pide á todos es la libertad de pensar, de trabajar y de vivir; y lo que sólo ansia es un jefe leal que le ame. En cuanto á la República, esa utopia que algunos locos explotan aún en Francia, es tan imposible para el porvenir como lo ha sido para el pasado. Antes de llegar al bienestar que anhela, nuestro pais ensayará acaso de nuevo esa forma de gobierno, como un enfermo ensaya todos los remedios que se le aconsejan. Pero él mismo la rechazará al cabo, cuando caiga en las manos de ambiciosos ignorantes que lo aparten de la senda que deba seguir. »

¿Ha encontrado el lector en las anteriores enfáticas reflexiones filosófico-politicas, más contradicciones que palabras y más sofismas que contradicciones? Pues desde luego convenimos en ello. ¿Y no ha encontrado también el lector en ese pretendido discursito una profesión de fe del cesarismo más á outrance? Pues en ello tenemos la explicación de la presencia de Dumas hijo en Tullerias. Alejandro Dumas, segundo, es cesarista hasta la médula de los huesos; cesarista hasta un punto que su edad y su talento hacen