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RATÓN PÉREZ

liente, y empeñóse en arrostrar el peligro cara á cara. Quiso, sin embargo, confesarse antes, porque faena hecha no ocupa lugar, y después de todo, lo mismo puede escaparse el alma por la herida de una lanza, que por la mella de un diente.

Atáronle, pues, al suyo una hebra de seda encarnada, y el médico más anciano comenzó á tirar con tanto pulso y acierto, que á la mitad del empuje hizo el Rey un pucherito, y saltó el diente tan blanco, tan limpio y tan precioso como un perlita sin engaste.

Recogiólo en un azafate de oro el gentilhombre Grande de guardia, y fué á presentarlo á S.M. la Reina. Convocó ésta al punto el Consejo de Ministros, y dividiéronse las opiniones.

Querían unos engarzar en oro el dien-

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