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J. MARTIN DE PUEIRREDON

General de La República Argentina, desmiente la impostura con que
Mr. ALEJANDRO EVERETT, Ministro Plenipotenciario de los
Estados Unidos de América en la Corte de España, ha ofendido
su reputacion en una nota pasada en 20 de Enero
de 1826 al Duque Del Infantado, Primer
Secretario de Estado de S. M. C.


Mr. A. H. Everett, en cumplimiento de órdenes de su gobierno, y con el noble intento de persuadir al gabinete español de la conveniencia que le resultaria de reconocer la independencia, y de hacer la paz con los nuevos gobiernos de América; después de llenar su nota de reflecciones, que, aunque ecsactas, eran demasiado vulgares, para llegar al fin elevado, que se proponia; queriendo apurar el convencimiento ha dicho: "Pueyrredon, que parece haber sido comprado por los agentes de S. M. cuando ocupaba el puesto de Director supremo de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, no pudo alistar bajo sus banderas un solo hombre; se vió obligado, á abandonar su puesto y su país; y se cree que despues ha muerto obscuramente en alguna parte de aburrimiento y pesadumbre." Continúa el Sr. Everett demostrando la imposibilidad, de que el gobierno español volviese á establecer su dominación en sus antiguas colonias, ni por la acción de las armas, ni por los medios de la sugestión; y presenta de nuevo como un convencimiento irresistible, que "el destino de Pueyrredon, de que ya se ha hablado, es una prueba práctica de aquella verdad. El era una persona que ejercía el supremo poder ejecutivo en uno de los nuevos estados; que gozaba mucha reputación, y aparentemente poseía una gran influencia, que empleó en procurar que la colonia que gobernaba, volviese á unirse con la madre patria del modo mas plausible que podia hacerse." Sigue el Sr. Everett sus persuasiones, fundadas sobre este dato, y agrega. ¿Pero qué sucedió? A pesar de tanta circunstancia favorable ¿logró Pueyrredon volver á la antigua dependencia la colonia que gobernaba? Ya se ha dicho, que no consiguió contar con un solo hombre, y que no pudo permanecer en su país. Cargado á la vez con la ecsecracion y el desprecio de todo el continente americano se vió obligado, para evitar una muerte ignominiosa, á ocultarse en un rincón obscuro, donde ha muerto de vergüenza y fastidio." ¡Bravo, señor negociador N. Americano! ¡Qué bella figura debió V. hacer ante el duque del Infantado, y ante el mismo rey Fernando, que me conocen