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denotaban su presencia los espantosos bramidos que el dolor le arrancaba.

Un rato despues, la piara, con su trote acostumbrado, continuaba su marcha interrumpida, abandonando aquel campo de desigual combate; y cuando los últimos se internaron en el monte, nuestros cazadores, emocionados aún por la escena que acababan de presenciar, bajaron de su observatorio, dirigiéndose al teatro de la lucha.

Al rededor del tacurú yacían diez y ocho chanchos muertos, víctimas de los zarpazos del Tigre, y éste, á su vez, se hallaba tendido en medio de un grupo de cadáveres, horriblemente mutilado, con la boca abierta, y las facciones contraídas por el sufrimiento, nadando en un charco de sangre, con los intestinos de fuera, y presentando innumerables dentelladas, ó mas bien desgarraduras producidas por los filosos colmillos de los chanchos.

Los cazadores cargaron las presas que pudieron, avisando á los vecinos inmediatos, los que vinieron á proveerse de esta caza tan cómoda y gratuita.

En cuanto al Tigre, fué imposible sacarle el cuero, por hallarse destrozado al punto de no servir, según su expresion, ni para hacer un bocoy.[1]

El Chancho jabalí es una providencia como recurso de alimentacion en los montes.

Los indios de todas las tribus lo cazan con placer y los montaraces hacen otro tanto.

La importancia que le reconocen es tal, que hasta existen leyendas especiales, tanto de unos como de otros, destinadas á impedir su destruccion total, como puede reconocerlo el lector que tenga conocimiento de lo que hemos publicado anteriormente bajo el título de Materiales para el Folk-lore misionero, Leyenda del Caá-pora, n. II, Entrega V de esta Revista, Tomo I.

El Chancho jabalí tiene varios nombres, según las tribus. En guaraní llámase Tayazú, nombre que le dan tambien los indios Caingüá, pronunciando Tayachú.

Los Tupís Caingángue ó Coroados que habitan la Sierra

  1. Pequeña bolsa de cuero de 20 á 25 centímetros de ancho, por 30 de largo, y que llevan los montaraces colgada del lado izquierdo, donde cargan sus avios.