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MALA SANGRE




De mis ancentros galos tengo los ojos azul claro, el cerebro estecho, y la torpeza en la lucha. Encuentro mi vestimenta tan bárbara como la suya. Pero yo no me engraso la cabellera.

Los galos eran los que despellejaban a las bestias, los quemadores de hierbas más ineptos de su época.

De ellos tengo: la idolatría y el amor por el sacrilegio; —¡oh! todos los vicios, cólera, lujuria; —magnífica, la lujuria; —sobretodo mentira y pereza.

Me horrorizan todos los oficios. Capataces y obreros, tosos paisanos, innobles. La mano que sostiene la pluma vale lo mismo que la que sostiene el arado. —¡Qué siglo de manos! —Yo nunca seré dueño de mi mano. Pero luego, la domesticidad lleva demasiado lejos. La honestidad de la mendicidad me atormenta. Los criminales dan tanto asco como los castrados: en cuanto a mí, yo estoy intacto, y para ser sincero no me interesa.

¿Pero quién ha hecho a mi lengua tan pérfida como para haber guiado y protegido mi pereza hasta ahora? Sin servirme ni siquiera de mi cuerpo para sobrevivir, y más ocioso que el sapo, he vivido en todas partes. No hay ni una familia en Europa que