Pero, ¿no ha ocurrido todo ya? ¡Perdóneme usted, señora, no la comprendo!
¡No! ¡Ocurre ahora, ocurre siempre! ¡Mi desventura no termina jamás! Yo estoy viva y presente en todos los momentos de mi infortunio, que sin cesar se renueva intenso y palpitante. Pero, ¿y esos dos pequeñuelos? (Señalará al Muchacho y a la Niña). Asombrados, silenciosos. ¡Ahí ¡No pueden hablar, no pueden! Ellos, por ellos, no existen más que agarrados a mí, para eternizar mi martirio. Y si aún la veo a ella (indicará a la Hijastra), que huyó de mí perdiéndose para siempre, no es sino para renovar, destrozándome el alma, el martirio que por ella sufrí también.
¡Es el momento eterno! ¡Ella está aquí (indicará a la Hijastra) para sorprenderme en este sólo momento fugaz y abominable de mi vida, y aún para eternizarlo, prisionero, yo, de una vergüenza! ¡Sí: ni ella puede renunciar a ese instante, que es, quizás, todo su drama, ni usted puede ahorrármelo!