En sus mejillas aparecieron dos manchas rojas i sus ojos azules adquuirieron un brillo estraño, ferbil. Veíala tiritar de contínuo u pensaba que era necesario cambiar sus lijeros vestidos por otros mas adecuados a la estacion. Pero no lo hacia... i el tiempo era cada vez mas crudo... apénas se veia el sol.
(La narradora hizo una pausa; un jemido ahogado brotó de su garganta, i luego continuó):
—Hacia ya mucho tiempo que habia apagado la luz. El golpeteo de la lluvia i el bramido del viento, que soplaba afuera huracanado, teníanme desvelada. En el lecho abrigado i caliente, aquella música producíame una dulce voluptuasidad. De pronto, el estallido de un acceso de tos, me sacó de aquella somnolencia: crispáronse mis nervios, i aguardé ansiosa que el ruido insoportable cesara.
Mas, terminado un acceso, empezaba otro mas violento i prolongado. Me refujié bajo los cobertores, metí la cabeza debajo de la almohada: todo inutil. Aquella tos seca, vibrante, resonaba en mis oidos con un martilleo ensordecedor.
No pude resistir mas i me senté en la cama i, con voz que la cólera debía de hacer terrible, le grité: ¡Calla, cállate, miserable!
Un rumor comprimido me contestó. Entendi que trataba de ahogar los accesos, cubriéndose la boca con las manos i las ropas, pero la tos triunfaba siempre.
No supe cómo saltó al suelo, i cuando mis piés tropezaron con el jergon, me incliné i busqué a tien-