midad estaba la terrible incógnita que todos ansiaban i temian descifrar.
Un silencio lúgubre interrumpido apénas por uno que otro sollozo reinaba en la plataforma i el aullido lejano se esparcia en la llanura i volaba por los aires, hiriendo los corazones como un presajio de muerte.
Algunos instantes pasaron, i de pronto la gran argolla de hierro que corona la jaula, asomó por sobre el brocal. El ascensor se balanceó un momento i luego se detuvo sujeto por los ganchos del reborde superior.
Dentro de él algunos obreros con las cabezas descubiertas rodeaban una carretilla negra de barro i de polvo de carbon.
Un clamoreo inmenso saludó la aparicion del fúnebre carro, la multitud se arremolinó i su loca desesperacion dificultaba enormemente la estraccion de los cadáveres. El primero que se presentó a las ávidas miradas de la turba estaba forrado en man-