diarnos. Como tú caminamos agobiados por una carga que una leve sacudida haria deslizarse de nuestros hombros, pero que nos obstinamos en sostener hasta la muerte. I encorvándose sobre su carretilla se alejó pausadamente economizando sus fuerzas de luchador vencido por el trabajo i la vejez.
El caballo permaneció en el mismo sitio inmóvil, sin cambiar de postura. El acompasado i lánguido vaiven de sus orejas i el movimiento de los párpados eran los únicos signos de vida de aquel cuerpo lleno de lacras i protuberancias asquerosas. Deslumbrado i ciego por la vívida claridad que la trasparencia del aire hacia mas radiante e intensa, agachó la cabeza, buscando entre sus patas delanteras un refujio contra las luminosos saetas que herian sus pupilas de nictálope, incapaces de soportar otra luz que la débil i mortecina de las lámparas de seguridad.
Pero aquel resplandor estaba en todas