muros los ecos tristemente lúgubres de la roca tan insensible como el feroz egoismo humano ante aquella inmensa desolacion.
Algunos se habian echado en el suelo i mudos como masas inertes permanecian anonadados sin ver ni oir lo que pasaba a su alrededor. Un vejete lloraba en silencio acurrucado en un rincon i sus lágrimas trazaban sinuosos surcos en la cobriza i arrugada piel de su tiznado rostro. En otros grupos se discutia i jesticulaba acaloradamente i el ruido de la disputa era interrumpido a cada instante por maldiciones i rujidos de cólera i de dolor. Un muchacho alto i flaco con los puños crispados se paseaba entre los grupos oyendo los distintos pareceres i convencido de que aquello no tenia remedio, que la sentencia dictada era inapelable, en un rapto de furor estrelló la lámpara en el muro donde se hizo mil pedazos i empezó a dar cabezadas contra la roca hasta rodar desvanecido al pié de la muralla.