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La noticia de su inculpabilidad arribó, juntamente con la de su muerte (igual sucedido que el del Canónigo Maciel) y cuando la ex-virreyna viuda resolvió regresar á Bogotá, en memoria de lo mucho que le había consolado la profecía de sor María, primera palabra que oyera en ésta, envió el altar de su Oratorio particular para la Casa de Ejercicios, cuya fábrica adelantaba.


IV


Y sin duda, que ésta fué su grande obra, á milagro considerada, pues que en época de tanta pobreza, no solo sin auxilio oficial, sino hasta con oposición de unos y desdén de otros, quedó fundada bajo el mismo reglamento, que ciento diez años há rige con la la casa de recogidas, por que han pasado más de veinte mil almas reconciliadas en la virtud. La iluminada le llama la tradición, y de tan ilustre abolengo era María Antonia de la Paz y Figueroa, que en vísperas de su consagración en los altares, la mayor parte de la antigua sociedad de Santiago, la forman sus deudos: Olaechea, Alcorta, Achával, Frías, Borges, Gorostiaga, Gallo, Iramain, García, Ocampo, Taboada, Bedoya, Santillán, Pinto, apenas resta santiagueñita buena que no resulte sobrina