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— Viene usted en mi apoyo — agregó Halbach. — Hacendados rutineros me auguran ruina en los alambrados que implanto, asegurando que ni los postes van á dejar los troperos, arrancándoles para hacer fuego.

— Mi paisano don Domingo poco ha de ententender en vacas, que nunca las vio sino pintadas. ¡Hablando de vacunos, aquí estoy yo!

Y como la exclamación de este 2° don Juan también sanjuanino seguía á la de su tocayo, ex ministro de hacienda: «A los pueblos, como á los niños, preciso es limpiarles y asearlos, aunque sigan llorando, pues descontentadizos siempre hubo, encontrando todo mal y peor. Bien que si les cuelga patas arriba, no les cae un cuarto, y aunque les llenaran los bolsillos de oro, habían de seguir quejándose de que las monedas son pesadas!»

Interrumpiendo el contertuliano que entraba, contestó á los dos Juanes contrincantes:

— Puede ser, señor, pero muchos conozco que ya se les ponga patas arriba ó patas abajo, ó se les vuelva por todos lados, de ninguno les cae una idea. Nunca la tuvieron vacunos que en su egoísmo no ven horizonte más allá que el de sus vacas.

Y la acalorada discusión arreciaba entre rurales y estancieros de escritorio á la sazón que entraba otro Domingo, á quien el Gobernador