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cincuenta años distante recordamos sus palabras: «En el transcurso de mi breve actuación política he visto á militares valientes que no trepidaban en dar una carga de caballería, llevándose todo por delante, medrosos al día siguiente de escenas de valor, temiendo la opinión pública ante el reproche de la prensa, no faltos de conciencia, mas temían á la responsabilidad moral». Sin enumerar muchos nombres, no son los del intrépido Ignacio Rivas y Emilio Conesa los únicos Generales de quienes presenciamos iguales vacilaciones.

Pero mientras no asistimos á la inauguración de la «Escuela del carácter», he aquí un cuentito de otro militar valiente hasta la temeridad, y víctima de sus fluctuaciones. Si á su intrepidez se debe el primer triunfo en las calles de Buenos Aires, su falta de energía moral detuvo á medio camino las chispas que en sus hijos prendiera, siendo á poco arrollado por el carro de la revolución triunfante.



II

Media noche era por filo en la del 25 de Julio de 1809 cuando el Virrey de la Victoria levantaba su cabeza encanecida de entre el fárrago de papeles esparcidos y desbordando de su mesa de trabajo, en el despacho del antiguo Alcázar de los