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Cierta noche que jugaba fuerte entre palaciegos, cayó sobre la mesa de tresillo, sin saber qué tapada lo arrojara por la ventana, papelito revolucionario que le maltraía sin sombra, por más de haber sido poco asustadizo en sus mocedades.

Tantas y tan repetidas correspondencias llovían como goteras en casa vieja, interceptadas por Cochabamba, Potosí, La Paz, el Cuzco, Quito, Caracas y sobre todo el Plata, que á punto de convencerle estaba de que el nido debía hallarse por esos barrios.

— No hay más, — se dijeron, — allá anda el «busilis», funcionando la máquina revolucionaria. ¡Chamusquina mayúscula, peor que la inquisitorial, habrá en la Plaza Mayor para el primer autor que se atrape de tales misivas!

Y al fin cayó uno. Le sorprendió el Mariscal Nieto, que lo era de su abuela la tuerta, como biznieto era de su tatarabuelo. Lo mandaba el Virrey de Lima, descubierto en Chuquisaca, ciudad á la que arribara con algunos patricios engañosamente conducidos.

Antes que él habían llegado Arenales, Monteagudo y otros activos chisperos de la revolución emancipadora.

De esa Universidad doctoral acababan de salir graduados in utroque: el doctor don Mariano Moreno,