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aclaró que el rosario en mal hora perdido, pertenencia era de la señora Lezica, que el plumífero escribiente de tan importuno aviso su propio sobrino, el niño Juancito, y que donde tan linda caligrafía y otras lindezas se enseñaban la escuela de don Francisco Argerich.



III

El fiscal inquisidor hizo llamar ante la audiencia al niño, y entre elogios y halagos dictándole la misma frase: «Cansados estamos de amos y tiempo es ya de que cada uno mande en casa», púsole frente al reciente dictado la carta devuelta por el virrey del Perú.

Tan semejantes aparecían que al ser interrogado Juan Buatista ni pestañó, como en su vejez acostumbraba.

— ¿De quién es esa letra?

— No sé.

— ¡Pero... es la misma!

— Parecida, sin duda.

Y de ahí no pasaba, ni salía de sus trece.

Hubo conciliábulo, y el señor don Francisco de la Peña volvió á llevar su hijo, y el alcalde Lezica, su tío, le apadrinaba y Rivadavia recomendaba al niño: «Cuidado con decir nada», y el otro Francisco Argerich iba y venía sin que se le