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presenciar azotaina de vastago. Entre Panchos anda el juego.

— Confiesa niño, la verdad, — repetíanle al subir con él de la mano la ancha escalera del Cabildo.

Y la verdad declaró.

Lelos quedaron todos y asombrado el padre, cuando al ser por última vez interrogado:

— ¿Es de usted esta letra á la suya idéntica?

— Sí, — contestó Juan Bautista.

— ¿Dónde la ha escrito?

— En la escuela.

— ¿Quién le mandó escribir?

— Señor maestro.

— Anote el Notario.

— ¿Cómo se llama su maestro?

— Don Francisco Argerich.

— ¿Dónde vive?

— Reconquista, número 70.

— ¡Alguacil! — ordenó el magistrado. — Vaya usted, é inmediatamente conduzca aquí al maestro Argerich.


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Por mucho que volaron corchetes y alguaciles, antes había volado el pájaro, y á la sazón, viento en popa, sin detenerse en Montevideo, iba Argerich muy de prisa por esos mares de Dios a toda vela, sin parar mientes al Brasil, de dónde