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Ricardo Palma

Después de peregrinar por Sidney, pasaron & Hobartoun, capital de Van—Diemen. Alli propusieron á un viejo inglés, llamado Thompson, patrón de una goletilla pescadora, que los condujcse á las islas Marianas.

La goleta no tenía más que dos muchachos de tripulación, y Thompson aceptó la propuesta.

El viaje fué largo y sembrado de peligros. El calor era excesivo, y los cinco habitantes de la goleta dormían sobre el puente. Una noche, después de haberse embriagado todos menos Robertson, á quien tocaba la guardia, cayó Guillermo al mar. El viejo Thompson despertó á los desesperados gritos que éste daba. Itobertson fingió esforzarse para socorrerlo; pero la obscuridad, la corriente y la carencia de bote hicieron imposible todo auxilio.

Robertson quedaba sin cómplice, mas le eran indispensables los servicios de Thompson. No le fué dificil inventar una fabula, revelando á medias su secreto al rudo patrón de la goleta y ofreciéndole una parte del tesoro.

Al tocar en la isla Tinián para procurarse víveres, el capitán do una fragata española visitó la goleta. Súpolo Robertson, al regresar de tierra, y receló que el viejo hubiese hablado más de lo preciso.

Apenas se desprendía de la rada la embarcación, cuando Robertson, olvidando su habitual prudencia, se lanzó sobre el viejo patrón y lo arrojó al agua.

Robertson ignoraba que se las había con un lobo marino, excelente nadador.

Pocos días después la fragata española, á cuyo bordo iba el viejo Thompson, descubría a la goletilla pescadora oculta en una onsenada do Saipan.

Preso Robertson, nada pudo alcanzarse de él con sagacidad, y el capitán español dispuso entonces que fuese azotado sobre cubierta.

Eran transcurridos cerca de dos años, y las gacetas todas de Europa habían anunciado la desaparición del Peruvian, acusando al comandante Robertson. El marinero milagrosamente salvado en Wahou había también hecho una extensa declaración. Los armadores ingleses y el almirantazgo ofrecían buena recompensa al que capturase al pirata.

El crimen del aventurero escocés había producido gran ruido é indignación.

Cuando iba á ser flagelado, pareció Robertson mostrarse más razonable. Convino en conducir á sus guardianes al sitio donde tenía enterrados los dos millones; pero al poner el pie en la borda del bote, se arrepintió de su debilidad y se dejó caer al fondo del mar, llevándose consigo su secreto.