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Tradiciones peruanas

otros. Así llegó á noticia de Pedro de San Millán, quien se fué á casa de Rada, donde estaban reunidos muchos de los conjurados. Participóles lo que sabía y añadió: «Tiempo es de proceder, pues si lo dejamos para mañana, hoy nos hacen cuartos.» Mientras los demás se esparcían por la ciudad á llenar diversas comisiones, Juan de Rada, Martín de Bilbao, Diego Méndez, Cristóbal de Sosa, Martín Carrillo, Pedro de San Millán, Juan de Porras, Gómez Pé rez, Arbolancha, Narváez y otros, hasta completar diez y nueve conjurados, salieron precipitadamente del callejón de los Clérigos (y no del de Petateros, como cree el vulgo) en dirección á palacio. Gómez Pérez dió un pequeño rodco para no meterse en un charco, y Juan de Rada lo apostrofó: «¿Vamos á bañarnos en sangre humana, y está cuidando vuesa merced de no mojarse los pies? Andad y volveos, que no servís para el caso, » Más de quinientas personas paseantes ó que iban á la misa de las doce había á la sazón en la plaza, y permanecieron impasibles mirando el grupo. Algunos maliciosos se limitaron á decir: «Estos van á matar al marqués ó á Picado.» El marqués gobernador y capitán general del Perú D. Francisco Pizarro se hallaba en uno de los salones de palacio en tertulia con el obispo electo de Quito, el alcalde Velázquez y hasta quince amigos más, cuando entró un paje gritando: «¡Los de Chile vienen á matar al marqués, mi señor!» La confusión fué espantosa. Unos se arrojaron por los corredores al jardín, y otros se descolgaron por las ventanas á la calle, contándose entre los últimos el alcalde Velázquez, que para mejor asirse de la ba laustrada se puso entre los dientes la vara de juez. Así no faltaba al juramento que había hecho tres horas antes; visto que si el marqués se liallaba en atrenzos, era porque él no tenía la vara en la mano, sino en la boca.

Pizarro, con la coraza mal ajustada, pues no tuvo espacio para acabarse de armar, la capa terciada á guisa de escudo y su espada en la mano, salió á oponerse á los conjurados, que ya habían muerto á un capitán y herido á tres ó cuatro criados. Acompañaban al marqués su hermano uterino Martín de Alcántara, Juan Ortiz de Zárate y dos pajes.

El marqués, á pesar de sus sesenta y tres años, se batía con los bríos de la mocedad; y los conjurados no lograban pasar el dintel de una puerta, defendida por Pizarro y sus cuatro compañeros, que lo imitaban en el esfuerzo y coraje.

—Traidores! ¿Por qué me quereis matar! ¡Qué desvergüenza! ¡Asaltar como bandoleros mi casa!—gritaba furioso Pizarro, blandiendo la espada;