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Ricardo Palma

Después de la batalla de Chupas, entró Vaca de Castro en el Cuzco haciendo justicia neroniana en los partidarios de Almagro. En los primeros días el verdugo no estuvo ocioso, y ahorcó gente que fué un primor.

Entre los frailes de la Merced (que se distinguieron por su afición á la causa de la rebeldía), había uno que se propuso salvar la vida de cierto capitán prisionero. El mercedario había estado en la escuela con Vaca de Castro, y confiado en el cariño que tal circunstancia engendra, fué a visitar á D. Cristóbal. Este lo recibió con sequedad y díjole que no lo conocía, y que con esa y otra vez que lo viese serían dos. El fraile le daba señales ininuciosas, le hablaba de recuerdos íntimos, le citaba el nombre del maestro y de los escolares, y Vaca de Castro erre que erre en que no habían estado juntos en los bancos del aula, ni recibido azotes de manos del mismo dómine.

—Pues así será como su señoría lo dice, y mío el error. Errare humanum est—dijo al fin el fraile.—Y lo siento, porque para el amigo de la infancia y camarada de la escuela, que no para el gobernador, traía yo esto agasajo.

Y el mercedario sacó de la manga dos gruesos tejos de oro que colocó sobre la mesa.

El licenciado abrió tamaño ojo, rascóse la frente, y fingiendo aire de meditación dijo:

—Espere, padre. ¿Vuesa merced tiene familia en Izagre?

—Oriundo soy del lugar cotno vueseñoría.

—¡Calle! ¡Vuesa merced tuvo una tal Mencigüela, moza de mucho rejo y mucha sal, por comadre?

—Y tanto que vueseñoría la ferió una basquiña de filipichín y un refajo redondo, y quedé yo más en vergüenza que los moros de Granada.

—Toñuelo, hermano, Toñuelo! ¡Damne acá esos brazos, hombre! Trabajillo me ha costado el conocerte..... Ya se ve, ¡tantos años..... y luego los hábitos....!

—Aprieta, Tobalillo, aprieta!

Y fraile y gobernador se dieron estrecho abrazo, y los tejos de oro que daron sobre la mesa, y el capitán que estaba en capilla para ser ahorcado libró con pena de destierro á Charcas.

La carta de Vaca de Castro á su mujer doña María de Quiñones fué la perdición del licenciado; pues aunque por el momento Carlos V disimuló y tragó saliva, guardó el documento bajo de llave esperando oportunidad de sacarlo á lucir.

En junio de 1545, y después de mil peripecias que relatar omito, llegó D. Cristóbal á Valladolid con algunos realitos de bolsillo, como él habría