mente. El rey no tuvo en cuenta sus servicios ni los de su hijo D. García, que tan bizarramente había vengado en Chile á Pedro de Valdivia, sacrificado por los araucanos, y nombró virrey del Perú al conde de Nieva don Diego López de Zúñiga y Velazco.
Era éste el hombre con menos dotes de mando que podía encontrarse. Apenas llegado á Panamá, principió á difamar al anciano marqués y á constituirse en eco de las acusaciones de los descontentos.
Hurtado de Mendoza se había anticipado á enviar un emisario que lo recibiese en el istmo, y cuentan que entre los dos sólo se cambiaron estas palabras:
—S. E el marqués de Cañete me manda cerca de V. E. para.....
El conde de Nieva no dejó continuar su arenga al emisario; pues, montando en ira, le interrumpió:
eleme —Entienda, señor capitán, que aquí no hay más excelencia que yo, y que el sandio del marqués tiene que adueñarse desde hoy, le place, del tratamiento de soñoría. Y andad y decid á vuestro amc que así lo tenga por sabido.
El emisario regresó inmediatamente á Lima, mientras el nuevo virrey se detenía visitando algunos pueblos del Norte.
Verdad inconcusa es que hasta en el cielo se da importancia á lisonjeros tratamientos. El cristiano que en la gloria eterna aspire á hacerse simpático tiene que empezar por aplaudir con más entusiasmo que en el teatro los gorgoritos de los serafines, y no tropezar con San José sin dar un par de ósculos bien sonados á la varilla de azucenas que en la mano lleva.
A cada santo ha de hacerle respetuosa genuflexión, añadiendo la obligada frase de: «Beso á su merced los pies. Por supuesto, que no ha de dirigir la palabra á la Madre de Dios sin llamarla antes turris eburnea y regina cæli; y ¡guay de él! si no exclama por tres veces al encontrarse con el Padre Eterno: ¡Sanctus /Sanctus/ /Sanctus! Tal es la opinión de un esEl conde de Nieva cuarto virrey del Perú