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Ricardo Palma

cisco de Borja, duque de Gandía, el príncipe de Esquilache, como años más tarde su sucesor y pariente el conde de Lemos, gobernó el Perú bajo la influencia de los jesuítas.

Calmada la zozobra que inspiraban los amnagos filibusteros, D. Francisco se contrajo al arreglo de la hacienda pública, dictó sabias ordenanzas para los minerales de Potosí y Huancavelica, y en 20 de diciembre de 1619 erigió el tribunal del consulado de Comercio.

Hombre de letras, creó el famoso colegio del Príncipe, para educación de los hijos de caciques, y no permitió la representación de comedias ni autos sacramentales que no hubieran pasado antes por su censura. «Deber del que gobierna—decía—es ser solícito por que se pervierta el gusto.» La censura que ejercía el príncipe de Esquilache era puramente literaria, y á fe que el juez no podía ser más autorizado. En la pléyade de poetas del siglo xv11, siglo que produjo á Cervantes, Calderón, Lope, Quevedo, Tirso de Molina, Alarcón y Moreto, el principe de Esquilache es uno de los más notables, si no por la grandeza de la idea, por la lozanía y corrección de la forma. Sus composiciones sueltas y su poema histórico Núpoles recuperada, bastan para darle lugar preeminente en el español Parnaso.

No es menos notable como prosador castizo y elegante. En uno de los volúmenes de la obra Memorias de los vir.eyes se encuentra la Relación de su época de mando, escrito que entregó á la Audiencia para que ésta lo pasase á su sucesor D. Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar. La pureza de dicción y la claridad del pensamiento resaltan en este trabajo, digno, en verdad, de juicio menos sintético.

Para dar idea del culto que Esquilache rendía á las letras, nos será suficiente apuntar que en Lima estableció una academia ó club literario, como hoy decimos, cuyas sesiones tenían lugar los sábados en una de las salas de palacio. Según un escritor amigo mío y que cultivó el ramo de crónicas, los asistentes no pasaban de doce, personajes los más caracterizados en el foro, la milicia ó la iglesia, «Allí asistía el profundo teólogo y humanista D. Pedro de Yarpe Montenegro, coronel de ejército; D. Baltasar de Laza y Rebolledo, oidor de la Real Audiencia; D. Luis de la Puente, abogado insigne; fray Baldomero Illescas, religioso franciscano, gran conocedor de los clásicos griegos y latinos; D. Baltasar Moreyra, poota, y otros cuyos nombres no han podido atravesar los dos siglos y medio que nos separan de su época. El virrey los recibía con exquisita urbanidad; y los bollos, bizcochos de garapiña, chocolate y sorbetes distraían las conferencias literarias de sus convidados. Lástima que no se hubieran extendido actas de aquellas sesiones, que seguramente serían preferibles á las de nuestros Congresos.» Entre las agudozas del príncipe de Esquilache, cuentan que le dijo á