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Ricardo Palma

mil los vehículos que el día de la Porciúncula lucían en la Alameda de los Descalzos.

Los campaneros y sus ayudantes, que vivían de perenne atalaya en las torres, tenían orden de repicar siempre que por la plazuela de sus conventos pasasen el virrey ó el arzobispo, práctica que se conservó hasta los tiempos del marqués de Castel—dos—Ríus.

Parece que el virrey conde de Alba de Liste, que, como verá el lector más adelante, sus motivos tenía para andar escamado con la gente de iglesia, salió un domingo en coche y con escolta á pagar visitas. El ruido de un carruaje era en esos tiempos acontecimiento tal, que las familias, confundiéndolo con el que precede á los temblores, se lanzaban presurosas á la puerta de la calle.

Hubo el coche de pasar por la plazuela de San Agustín; pero el campanero y sus adláteres se hallarían probablemente de regodeo y lejos del nido, pues no se movió badajo en la torre. Chocóle esta desatención á su excelencia, y hablan lo de ella en su tertulia nocturna, tuvo la ligereza de culpar al prior de los agustinos. Súpolo éste, y fué al día siguiente á palacio á satisfacer al virrey, de quien era amigo personal; y averiguada bien la cosa, el campanero, por no confesar que no había estado en su puesto, dijo: «que aunque vió pasar el carruaje, no creyó obligatorio el repique, pues los bronces benditos no debían alegrarse por la presencia de un virrey hereje.» Para Jorge no era este el caso del obispo D. Carlos Marcelo Corni, que cuando en 1621, después de consagrarse en Lima, llegó á Trujillo, lugar de su nacimiento y cuya diócesis iba á regir, exclamó; «Las campanas que repican más alegremente, lo hacen porque son de mi familia, como que las funció mi padre nada menos.» Y así era la verdad.

La falta, que pudo traor grave desacuerdo entre el representante del monarca y la comunidad, fué calificada por el definitorio como digna de severo castigo, sin que valiese la disculpa al campanero; pues no era un pajarraco de torre el llamado á calificar la conducta del virrey en sus querellas con la Inquisición, Y cada padre, armado de disciplina, descargó un ramalazo penitencial sobre las desnudas espaldas de Jorge Escoiquiz.

II

EL VIRREY HEREJE El Excino. Sr. D. Luis Henríquez de Guzmán, conde de Alba de Liste y de Villaflor y descendiente de la casa real de Aragón, fué el primer grande de España que vino al Perú con el título de virrey, en febrero de