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Ricardo Palma

No había aún transcurrido una semana desde el día del vapuleo, cuando una noche, entre doco y una, las campanas de la torre de San Agustín echaron un largo y entusiasta repique. Todos los habitantos de Lima se hallaban á esa hora entre palomas y en lo mejor del sueño, y se lanzaron á la calle preguntándose cuál era la halagüeña noticia que con lenguas de bronce festejaban las campanas.

Su excelencia D. Luis Henríquez de Guzmán, sin ser por ello un libertino, tenía su trapicheo con una aristocrática dama; y cuando dadas las diez no había ya en Lima quien se aventurase á andar por las aceras, el virrey salía de tapadillo por una puerta excusada que cae á la calle de los Desamparados, muy rebujado en el embozo, y en compañía de su inayordomo encaminábase á visitar á la hermosa que le tenía el alma en cautiverio. Pasaba un par de horitas en sabrosa intimidad, y después de media noche se regresaba á palacio con la misma cautela y misterio.

Al día siguiente fué notorio cn la ciudad que un paseo nocturno del virrey había motivado el importuno repique. Y hubo corrillos y mentidero largo en las gradas de la catedral, y todo era murmuraciones y conjeturas, entre las que tomó cuerpo y se abultó infinito la especie de que el señor conde se recataba para asistir á algún misterioso conciliábulo de herejes; pues nadie podía sospechar que un caballero tan seriote anduviese á picos pardos y con tapujos de contrabandlista, como cualquier mozalbete.

Mas su excelencia no las tenía todas consigo, y recelando una indiscreción del campanero hizolo secretamente venir á palacio, y encerrándose con él en su camarín, le dijo:

—¡Gran tunante! ¿Quién te avisó anoche que yo pasaba?

—Señor excelentísimo—respondió Escoiquiz sin turbarse, —en mi torre hay lechuzas.

—¿Y qué diablos tengo yo que ver con que las haya?

—Vuecencia, que ha tenido sus dimes y diretes con la Inquisición y que anda con ella al morro, debe saber que las brujas se meten en el cuerpo de las lechuzas.

—¿Y para ahuyentarlas escandalizaste la ciudad con tus concerros?

Eres un bribón de marca, y tentaciones me entran de enviarte á presidio.

—No sería digno de vuecencia castigar con tan extremo rigor á quien como yo es discreto, y que ni al cuello de su camisa le ha contado lo que trae todo un virrey del Perú en idas y venidas nocturnas por la calle de San Sebastián.

El caballeroso conde no necesitó de más apunte para conocer que su secreto, y con él la reputación de una dama, estaba á merced del campanero.

—¡Bien, bien—le interrumpió.Ata corto la lengua y que el balajo de tus campanas sca también mudo.