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Tradiciones peruanas

lo tenía la presidencia: el ilustre D. Pedro de Peralta, muy joven por entonces; D. Luis Oviedo y Herrera, también limeño é hijo del poeta conde de la Granja (autor de un buen poema sobre Santa Rosa); D. Antonio Lozano Berrocal, D. Francisco de Olmedo, D. José Polanco de Santillana, el coronel D. Juan de la Vega, D. Martín de Liseras y otros ingenios cuyos nombres no valen la pena de apuntarse.

En las flestas que se celebraron en Lima por el nacimiento del infante D. Luis Fernando, fué cuando el Parnasillo echó, como suele decirse, el resto; y hasta el virrey marqués de Castel—dos—Ríus hizo representar en palacio, con asistencia del alto clero y de la aristocracia, la tragedia Pero, escrita por él en infelices endecasílabos, á juzgar por un fragmento que hemos leído.

Hablando de ella dice nuestro compatriota Peralta, en una de las notas de su Lima fundada, que tenía armoniosa música, preciosos trajes y hermosas decoraciones, y que en ella no sólo mostró el virrey la elegancia de su genio poético, sino la grandeza de su ánimo y el celo de su amor.

Parécenos que hay mucho de cortesano en este juicio.

No había aún el de Castel—dos—Rius cumplido dos años de gobierno, cuando lo acusaron ante Felipe V de que especulaba con su alto puesto, defraudando al real tesoro en connivencia con los contrabandistas. La Audiencia misma y el tribunal del Consulado de comercio apoyaron la acusación, y el monarca resolvió destituir desairosamente y sin esperar á oir sus descargos al gobernante del Perú; orden que revocó porque una hija del marqués, dama de honor de la reina, se arrojó á las plantas de Felipe V y le recordó los grandes servicios prestados por su padre durante la guerra de sucesión.

Pero aunque el monarca lo satisfizo hasta cierto punto, revocando su primer acuerdo, no por eso dejó de ser profunda la herida que en su orgullo recibiera el señor de Sentmanat y de Lanuza, y fuélo tanto que el 22 de abril de 1710 lo condujo á la tumba, después de tres años de gobierno. De los designados en el pliego de mortaja, que eran los obispos del Cuzco, Arequipa y Quito, sólo el último existía.

Sus funerales se celebraron en Lima con escasa pompa, pero con abundancia de versos, buenos y malos. El Parnasillo llenó su deber honrando la memoria del hermano en Apolo.

III

En el anónimo se acusaba á D. Podro Campos de Ayala del asesinato del vizcaíno y de que mil onzas robadas á éste le sirvieron de base para la gran fortuna adquirida en Potosí.