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Ricardo Palma

la muy distinguida orden teutónica en Alemania, capitán de guardias valonas y teniente general de los reales ejércitos, hizo su entrada en Lima el ó de abril de 1784.

Durante largos años había servido en Méjico bajo las órdenes de su tío (el virrey marqués de Croix), y vuelto á España, Carlos III lo nombró su representante en estos reinos del Perú. «Fué su excelencia—dice un cronista—hombre de virtud eminente, y se distinguió mucho por su caridad, pues varias veces se quedó con la vela en la mano porque el candelero de plata lo había dado á los pobres, no teniendo de pronto moneda con qué socorrerlos; frecuentaba sacramentos y era un verdadero cristiano.» La administración del caballero de Croix, á quien llamaban el Flamenco, fué de gran beneficio para el país. El virreinato se dividió en siete intendencias, y éstas en distritos ó sublelegaciones. Estableciéronse la Real Audiencia del Cuzco y el tribunal de Minería, repobláronse los valles de Vitor y Acobamba, y el ejemplar obispo Chávez de la Rosa fundó en Arequipa la famosa casa de huérfanos, que no pocos hombres ilustres ha dado después á la república.

Por entonces llegó al Callao, consignado al conde de San Isidro, el primer navío de la Compañía de Filipinas; y para comprobar el gran desarrollo del comercio en los cinco años del gobierno de Croix, bastará consignar que la importación subió á cuarenta y dos millones de pesos y la exportación á treinta y seis.

Las rentas del Estado alcanzaron á poco más de cuatro y medio miIlones, y los gastos no excedieron de esta cifra, viéndose por primera vez entre nosotros realizado el fenómeno del equilibrio en el presupuesto. Verdad es que para lograrlo recurrió el virrey al sistema de econo mías, disminuyendo empleados, cercenando sueldos, licenciando los ba tallones de Soria y Extremadura y reduciendo su escolta á la tercera parte de la fuerza que mantuvieron sus predecesores desde Amat.

La querella entre el marqués de Lara, intendente de Huamanga, y el Sr. López Sánchez, obispo de la diócesis, fué la piedra de escán lalo de la época. Su ilustrísima, despojándose de la mansedumbre sacerdotal, dejó desbordar su bilis hasta el extremo de abofetear al escribano real que le notificaba una providencia. El juicio terminó desairosamente para el iracundo prelado por fallo del Consejo de Indias.

Lorente en su Historia habla de un acontecimiento que tiene alguna semejanza con el proceso del falso nuncio de Portugal. «Un pobre gallego—dice, que había venido en clase de soldado y ejercido después los pocos lucrativos oficios de mercachifle y corredor de muebles, cargado de familia, necesidades y años, se acordó que era hijo natural de un hermano del cardenal patriarca presidente del Consejo de Castilla, y para ex-