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Ricardo Palma

dente virrey calmó dando largas al asunto y enviando consultas y memoriales á la corona. No fué esta la primera vez en que el virrey apeló al expediente de dar tiempo al tiempo para libertarse de compromisos. En 1804 interesábase la ciudad por que el virrey dictase cierta providencia; mas él, creyendo que la cosa no era hacedera ó que no entraba en sus atribuciones, decidió consultar al monarca. El pueblo, que lo ignoraba, se echó á murmurar sin embozo, y en la puerta de palacio apareció este pasquín:

«; Avilés: Avilés!

¿Qué haces que por la ciudad no ves?» El virrey no lo tomó á enojo, y mandó escribir debajo:

Para dar gusto á antojos he mandado hasta España por an[teojos.» Respuesta que tranquilizó los ánimos, pues vieron los vecinos que su empeño estaba sujeto á la decisión del reya Marguer & ly br III El Marqués de Avilés trigésimo séptimo virrey del Perú Avilés consagraba gran parte de su tiempo á las prácticas religiosas. El pueblo lo pintaba con esta frase: «En la oración hábil es y en gobierno inhábil es.» En julio de 1806 entregó el mando á Abascal.

Anciano, enfermo y abatido de ánimo por la reciente muerte de su esposa, quiso Avilés regresar á España. La nave que lo conducía arribó á Valparaíso, y á los pocos días falleció en ese puerto el virrey deroto, como lo llamaban las picarescas limeñas.

Provisto de cuerda y sin cuidarse de escribir previamente esquelas de despedida, como es de moda desde la invención de los nervios y del romanticismo, se dirigió nuestro hombre al estanque de Santa Beatriz, lu-