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Ricardo Palma

en frecuentar, acabando por reiterarla mil juramentos de amor. La joven, que tenía su alma en su almario, y que á la verdad no era de calicanto, terminó por sucumbir á los halagos del libertino, abriéndole una noche la puerta de su aicoba.

Decidido estaba el capitán á tomarla por esposa, y pidió su mano á D. Juan, el que se la otorgó de buen grado, poniendo el plazo de seis meses, tiempo que juzgó preciso para arreglar su hacienda y redondear la dote de su hermana. Pero el diablo, que en todo mete la cola, hizo que en este espacio el de Salazar conociese á la sobrina de maese Ibirijuitanga y que se le entrase en el pecho la pícara tentación de poseerla. A contar de ese día, comenzó á mostrarse frío y reservado con doña Engracia, la que á su turno le reclamó el cumplimiento de su palabra. Entonces fué el capitán quien pidió una moratoria, alegando que había escrito á España para obtener el consentimiento de su familia, y que lo esperaba por el primer galeón que diese fondo en el Callao. No era este el expediente más á propósito para impedir que se despertasen los celos en la enamorada andaluza y que comunicase á su hermano sus temores de verse burlada. Don Juan echóse en consecuencia á seguir los pasos del novio, y ya hemos visto en el anterior capítulo la casual circunstancia que lo puso sobre la pista.

El reloj hizo resonar distintamente las catupanadas de las ocho, y la damna, como cediendo á impulso galvánico, se incorporó en el diván.

—¡Al fin, Dios mío! ¡Pensé que el tiempo no corría: Deja esa lectura, hermano..... Vendrá ya D. Martín, y sabes cuánto anhelo esta entrevista —¿Y si apuras un nuevo desengaño?

—Entonces, hermano, será lo que he resuelto.

Y la mirada de la joven era sombría al pronunciar estas palabras.

D. Juan abrió una puerta de cristales y desapareció tras ella.

III UN PASO AL CRIMEN —¿Dais periniso, Engracia?

—Huelgoine de vuestra exactitud, D. Martín.

—Soy hidalgo, señora, y esclavo de mi palabra.

—Eso es lo que hemos de ver, señor capitán, si place á vuesarced que hablemos un rato en puridad.

Y con una sonrisa henchida de gracia y un ademán lleno de dignidad, la joven señaló al galán un asiento á su lado.

Justo es que lo demos á conocer, ya que en la tienda de maese Ibirijuitanga nos olvidamos de cumplir para con el lector este acto de estricta cortesía, é hicimos aparecer al capitán como llovido del cielo. Esto de enTovo I 6