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expiraba, — dibujaba su ánima sobre el piso. — Ansiaba que llegase la mañana; — en vano había buscado en mis libros — consuelo al dolor que me abismaba. — Dolor por la perdida Leonor; — por la sin igual y bellísima doncella — á quien los ángeles llaman Leonor; — cuyo nombre se pronunciará aquí, nunca jamás.


Y el sedoso, triste, ondeante y misterioso rumor — de las purpúreas cortinas — me estremecía — llenábame de fantásticos — temores que jamás había conocido; — así que, ahora, para calmar el latido — de mi corazón, quedéme repitiendo: — "es algún visitante que pide — hospitalidad á la puerta de mi cuarto; — algún retardado visitante que busca — el abrigo de mi estancia; — esto es y nada más".


De pronto, cobrando sus fuerzas mi alma, — deseche por completo mis dudas: — "señor, dije yo, ó señora, en verdad — vuestro perdón imploro — más el hecho es que dormitaba — y tan suave llegasteis, — y tan débilmente golpeasteis, — tocasteis la puerta de mi cuarto, — que apenas os oía". — Y abrí de par en par la puerta: tinieblas, y nada más.