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muy lógico que, de veces, unos sujetos pagaran para llevársela a un auto o a un rincón y hacer eso que yo hacía sin tanta ceremonia cuando me daba la gana. No obstante, más allá de su extraña actividad, agua y comida no me faltaron en esa esquina. En esos momentos, creía sentir a Dios.

Ella era muy linda, más allá de sus ojos tristes y su gastado cuerpo. Y a mí me trataba como al perro más fino de la ciudad. Yo solo atinaba a mover la cola, pues hace tiempo que había olvidado cómo ladrar. Según entendí: ella tenía precios para todo. Nunca comprendí mucho la situación. Hasta que mi estadía se vio abruptamente interrumpida… Sí, otra vez por culpa de esos violentos seres vestidos de verde. Me parece que ellos se dedicaban a eso, aunque nunca vi que se llevaran a los tipos de corbata, de falda o de traje.

Así fue como, repentinamente, me vi solo en este Mundo. Una vez más. Hasta que te conocí en la universidad. Y aun cuando yo estaba tiritando de frío, con mucha hambre, y lleno de pulgas, me recogiste, me cuidaste, me pusiste un nombre, un lindo nombre, y me tuviste a tu lado hasta el último día. Entonces supe que no había nacido solo para sufrir y que eso que llaman Dios, tal vez no fuera un alguien distinto a ti o, tal vez, estaba en ti, con tu mirada de niño. Entonces, fui simplemente feliz. Volví a ladrar.

Mi cuerpo está en tu jardín, han pasado unas horas desde que me enterraste. Alguien podría pensar en tierra y cal, pero yo veo lo mucho que te preocupaste de darme un descanso digno. Hasta florcitas crecerán allí. Y mi nombre también está escrito. Yo estaré cuidándote. Moveré la cola donde sea que esté. Sé feliz, la vida al final no es tan perra y cuando lo parezca, solo escúchame ladrar. Te quiero.