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Los colonos galenses, estrechados en las tierras poco fértiles que cultivan y careciendo de agua suficiente para regarlas, suspiraban hacia veinte años por conocer los valles de la Cordillera, cuya exuberancia de vegetación les habia sido noticiada por los indios Tehuelches que anualmente llegaban á estas poblaciones á comerciar con los colonos. Los indios amigos les decían que el interior de la región chubutiana era una delicia — y el clima templado y saludable, que los ríos corrían en todas direcciones y que era grande la variedad de árboles y frutas.

La imaginación exitada del galense concebía un Eldorado y quedaba entristecido al ver como su arado seguía surcando la tierra dura y seca.

Muchos jóvenes que habían leido el viaje de Musters desde Punta Arenas hasta el rio Negro, pasaban las horas de su vida, pensando en las comarcas floridas de las faldas del Andes, mirando al sol descender como lluvia de oro tras de esa región de encantos que tanto ansiaban conocer.

Algunas veces el colmo del entusiasmo los había llevado hasta la temeridad intentando salvar el muro de granito que los separaba de la tierra fecunda que podría darles bienestar y riqueza, pero la falta de recursos unas veces y otras la lanza del indio dando muerte al invasor, habían vuelto á cubrir aquellos parajes con misterioso velo avivándolos incentivos que despertaban.

Por esto, á mí llegada al Territorio y con la noticia de que proyectaba llevar á cabo una espedicion á las Cordilleras con el propósito de estudiar esta región, renacieron sus constantes aspiraciones.