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rera, y apresura á los que marchan con demasiada lentitud. Príncipes, escoged sabios Ministros.

CLVIII.

Magistrado, ¡tú te quejas del latrocinio del pueblo! Sé tú mismo enemigo de la codicia; quando tú excites al pueblo á la rapiña por la esperanza de las recompensas, verás como éste rehusa entregarse á ella.

La sola codicia conduce el pueblo al crimen; pero aquella no se excita en él sino por la avaricia de los xefes. Que sean estos incorruptibles, y entonces bastará la vergüenza para contener á los subditos.

CLIX.

Hacer hablar de sí á la fama, es ser célebre; pero no ilustre. El hombre sólido, recto y sincéro, que mide sus discursos y los de los otros, que ama sus deberes, y jamás se aparta de la equidad, que observa el rostro y los ojos de aquellos que le hablan, y no adopta sus pareceres sin reflexîon; éste es el hombre que yo llamo ilustre si está á la cabeza de los negocios, y á quien llamo todavia ilustre, si se encierra en los simples deberes de su familia.

CLX.

Acumulad siempre en vos nuevas virtudes, no os contenteis nunca con las que ya ha-