Palabras de gratitud de mons. Gomá, arzobispo de Toledo, al conde Ciano

De Wikisource, la biblioteca libre.

El 16 de julio de 1939, con ocasión de la visita que hizo a la Catedral de Toledo el Excmo. Señor Conde Galeazzo Ciano, Ministro de Relaciones Exteriores del Imperio italiano, tuvo lugar una ceremonia emocionante. El Ministro italiano traía el encargo de ofrecer al tesoro despojado de la Catedral una preciosa cruz, obra del Beato Angélico, obsequio con que el Duce y el pueblo italiano han querido “reparar en parte –dijo- el estrago que en el rico tesoro histórico y artístico del templo primado produjo la vesania roja”. El Emmo. Señor Cardenal tomó en sus manos aquel regalo, imprimió en él un beso filial y pronunció las siguientes palabras:

Excelentísimo señor Ministro:

Déjeme, ante todo, que bese esta Cruz, obra del beato Angélico, que con delicadísima generosidad ha donado el grande hombre de Estado italiano, el Duce Mussolini, con destino al tesoro de la Catedral de Toledo. La beso, porque es el símbolo sagrado e inmortal de la Redención de la humanidad: clavado en ella murió el Hijo de Dios, y la muerte del Hijo de Dios fue la salvación del género humano.

La beso, porque es el signo de la fraternidad espiritual de los dos grandes pueblos latinos, Italia y España, que han sido grandes, precisamente, porque han puesto la cruz como cimiento de la grandeza, como forma de su vida y como remate glorioso de sus grandes gestas. La Cruz es el blasón de la Casa de Saboya como fue cima de la corona de nuestros Reyes. Con ella sobre el pecho han luchado recientemente a los soldados de España e Italia.

La beso en desagravio de los ultrajes que a la Cruz han inferido los enemigos de la civilización cristiana, que han venido a España para anonadar nuestra civilización secular. Porque, señor, debéis saber que la nota característica del paso de la horda comunista por tierras de nuestra patria ha sido el aniquilamiento de la Cruz y de todo cuanto se refiere a ella.

La beso, porque es el símbolo de la paz universal, aspiración profunda que debe abrigar todo corazón bien nacido. Sólo habrá paz en la tierra cuando viviendo los pueblos bajo la ley del Príncipe de la Paz se conserven en la justicia interior, única que salva y eleva los pueblos; y cuando los principios cristianos que la Cruz encarna regulen en justicia y caridad, las relaciones de los pueblos entre sí que, conservando su fisonomía específica, queden vinculados en un internacionalismo cristiano que les permita resolver sus querellas en paz y caridad. Y la beso, Señor Ministro, porque en esta cruz se me antoja que ha cristalizado el amor del pueblo italiano al pueblo español; y yo, que la recibo, debo depositar en ella un beso ardiente, de amor y gratitud, en que cristalicen los nobles sentimientos que para la nación italiana conservará siempre el pueblo español.

El Tesoro de la Catedral de Toledo ha sido bárbaramente expoliado, Señor Ministro: faltan en él todavía las sesenta y dos piezas de orfebrería que eran encanto de los ojos y gloria de esta Iglesia Primada. Sólo aminora la pena que sentimos un doble hecho: hace pocas semanas que el Generalísimo Franco depositaba en mis manos, como Primado de España, la espada que, vencedora en cien combates, es el instrumento y símbolo de la victoria que hoy celebramos, y esta espada ha sido religiosamente depositada en el recinto de nuestro tesoro, como pieza fundamental de su reintegración paulatina.

Hoy donáis esta Cruz, que se exhibirá junto a la espada del Caudillo. Serán la espada y la Cruz símbolo de nuestros deberes para con Dios y la Patria. La Cruz, que deberá ser la ley de nuestra vida; la espada que, como en esta cruentísima guerra, blandirán siempre las generaciones españolas cuando sea preciso defender el tesoro de espiritualidad que acumularon siglos de cristianismo en nuestra patria. Y en este doble símbolo aparecerá la solidaridad de creencias y de armas que ha unido las naciones hermanas Italia y España.

Mil gracias, Señor Ministro, por el don precioso que estimamos en lo que vale y en lo que significa, y que, cumpliendo con nuestros deberes sacerdotales, no dejaremos de elevar al Señor nuestras oraciones por la grandeza y la gloria de las dos naciones hermanas, que se han puesto hoy en contacto con vuestra visita y con vuestro viaje triunfal por tierras de España”.

Después de concluida la entrega de la Cruz y de despedir al Señor Ministro, la Cruz del Beato Angélico fue trasladada al tesoro capitular y colocada entre la espada de Alfonso VI y la del Generalísimo, como un recuerdo histórico más de esta Cruzada en la que España e Italia han luchado por la civilización cristiana.


Fuente: "Por Dios y por España". Pastorales,instrucciones,discursos, etc. 1936-1939, del Excmo sr. D. Isidro Gomá y Tomás, cardenal-arzobispo de Toledo. Barcelona, 1940