Quien todo lo quiere/Acto III

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Quien todo lo quiere
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen DON JUAN y BERNAL de camino, con hábito.
DON JUAN:

  Por engañar quien me engaña
voy a lo que ves dispuesto.

BERNAL:

¿Quién pensara que tan presto
diéramos la vuelta a España?

DON JUAN:

  ¡Ah, España, cuán de otra suerte
pensé yo volver a ti!

BERNAL:

Dulce España para mí,
no hay mayor gloria que verte.

DON JUAN:

  Haz que no pase crïado,
Bernal, de aqueste lugar.

BERNAL:

¿Luego no piensas entrar
en Madrid acompañado?

DON JUAN:

  En traje pobre pretendo
solo contigo saber
cómo me puede ofender
quien ya con pensarlo ofendo.
  Todo me pienso mudar
hasta quedar satisfecho,
que aun el hábito del pecho
no quiero a Madrid llevar.
  Así disfrazado iré
fingiendo que pobre estoy.

BERNAL:

Ya lo saben desde hoy,
que a todos se lo avisé.

DON JUAN:

  Nadie quiero que lo entienda.

BERNAL:

El fingirte pobre ahora
algo tu valor desdora.

DON JUAN:

¿Qué puede haber que me ofenda,
  si en queriendo declararme,
nadie lo puede estorbar?

BERNAL:

Siento el volverme a quitar
con lo que has querido honrarme.
  Que aquel gusto de llegar
de camino, bien tratado,
y bizarro, el que ha faltado
muchos días del lugar,
  con su poquito de oro,
su cadenita y sus plumas,
señor mío, no presumas
que es de pequeño decoro.
  No hay hombre en toda una casa,
no hay fregona, no hay mujer,
que no se huelgue de ver,
y de saber lo que pasa.
  Mas si llega con pobreza,
todas las verás hüir,
o salir a recibir
con mucho enfado y tristeza.
  ¿Por qué piensas que en llamando
algún pobre cuando pasa,
los perros de aquella casa
le están mordiendo y ladrando?
  Porque el traje les incita
en que le ven, presumiendo
que lo que viene pidiendo
de su sustento los quita.
  Cuando llega un hombre honrado
de camino, pobre y roto,
causa este mismo alboroto,
y no hay fregona o crïado,
  que no piense que ha venido
a quitarles el sustento.

DON JUAN:

Donde hay amor hay contento,
bien vestido, o mal vestido.
  Por lo menos probaremos
quien nos le tiene, y quien no.
Si ya la gente llegó,
esto ordena, y caminemos
  sin que entiendan mi partida.

BERNAL:

Si pobre me vuelvo a ver,
pensaré que no he de ser
otra vez rico en mi vida.

DON JUAN:

  ¡Hola!

CRIADO:

Señor.

DON JUAN:

Advertid
lo que os dijere Bernal.

BERNAL:

¡Quién entrara, pesiatal,
echando juncia en Madrid!

(Vanse, y salen OTAVIA y DON FERNANDO.)
OTAVIA:

  Cansada estoy, don Fernando
de ver vuestras dilaciones.

DON FERNANDO:

Señora, mis pretensiones
mi gusto van dilatando.

OTAVIA:

Si me dejárades cuando
tratasteis el casamiento,
la dilación deste intento
no os diera tanto lugar
que de la opinión vulgar
temiera el atrevimiento.
  No me dijo vuestra hermana
sin causa la condición
que tenéis.

DON FERNANDO:

Mi dilación
tiene causa justa y llana.

OTAVIA:

Traerme de hoy a mañana
no es hecho de caballero.

DON FERNANDO:

Si desengañaros quiero,
señora, ¿qué me daréis?

OTAVIA:

Desengaños proponéis.
¿Cuándo remedios espero?
  ¿Pierdo a don Pedro por vos,
y agora salís, ingrato,
a usar conmigo este trato?

DON FERNANDO:

Hanme dicho que los dos
habláis secreto, y por Dios,
que por mi honor me retiro.

OTAVIA:

¿Yo le hablo, ni le miro
desde que entrastes aquí?

DON FERNANDO:

Con este azar para mí
loco de celos suspiro.
  Dejadme informar mejor;
por dicha me han engañado.

OTAVIA:

Hombre que antes de casado
entra con ese temor,
ni ha tenido honor, ni amor,
ni es bueno para marido.
Vos debéis de haber fingido
este engaño con intento
de estorbar mi casamiento.

DON FERNANDO:

Yo he dicho lo que he sentido.
  Y así podréis disponer,
Otavia, de vuestro gusto,
que al alma veréis al justo,
pero no par mujer.
No podéis queja tener
que una mano os he tocado,
ni aun vuestros ojos mirado
menos que con gran decoro.
Así de un amigo adoro
la ausencia que habéis causado.
  Sin esto, he tenido miedo
de que se queje don Juan,
que siendo vuestro galán,
temer sus aceros puedo.
Libre quedáis, y yo quedo
obligado a vuestro honor
para ser su defensor.
Ni quedáis vos ofendida,
que yo sé que en vuestra vida
tuvistes a nadie amor.

OTAVIA:

  ¿Hay tal crueldad? ¿Tal hazaña
tan vil en un caballero?
¿Qué pretendo ya? ¿Qué espero
si me ofende y desengaña?
Resolución tan estraña
más es que resolución:
desvergüenza con traición.
Pero, ¿por qué me desvelo,
si veo que quiere el cielo
castigar mi presunción?

(Sale GINÉS.)
GINÉS:

  De un hombre soy estafeta,
que apenas su nombre sé,
vestido de no sé qué,
que debió de ser bayeta.
  Su poquito de crïado
trae el tal, menos o más,
que a estar el amo detrás
no se lo hubiera llamado.
  Que vienen tales los dos,
que fuera el mozo bastante,
como viniera delante
a ser el amo, por Dios.
  A vuesancé quiere hablar.

OTAVIA:

Limosna debe de ser,
y querrame entretener;
es uso deste lugar,
  donde andan mil deste modo,
que cuentan sus nacimientos,
y después de dos mil cuentos
viene a resolverse todo
  en que limosna les den,
cansando para pedir
lo que pudieran decir
luego que pobres los ven.
  Pues estoy muy propia ahora
para que un pobre me cuente
que fue de Adán descendiente.

GINÉS:

Despedirele, señora,
  si ahora tan triste os veis.

OTAVIA:

Abrilde, que si es tan pobre,
podrá ser que mi honor cobre.

GINÉS:

¿Qué honor?

OTAVIA:

Después lo sabréis.

(Sale DON JUAN vestido de bayeta vieja, y BERNAL peor.)
DON JUAN:

  Puesto que de atrevido sea culpado
quien siempre fue de vos aborrecido,
merezca vuestros pies por desdichado
cuando de vuestra dicha causa ha sido.
Don Juan soy, ¿qué miráis?

OTAVIA:

¿Cómo has entrado
en mi casa, don Juan, tan atrevido?

DON JUAN:

La amistad me obligó de vuestro esposo,
aunque menos amigo que dichoso.

OTAVIA:

  ¿Esposo yo? ¿Dónde has, don Juan, estado
que te han dicho mi falso casamiento?

DON JUAN:

En Italia, señora, fui soldado,
con poca dicha, y mucho atrevimiento.
Sabed que don Fernando me ha contado
lo que he temido, de que os doy contento
el parabién.

OTAVIA:

Hoy es, don Juan, el día
que me desengañó su alevosía.

DON JUAN:

  ¿Luego no estáis casada?

OTAVIA:

He presumido,
que fue desde el principio fingimiento,
pues solo don Fernando ha pretendido
estorbar de don Pedro el casamiento.

DON JUAN:

Cielos, si don Fernando no ha tenido
contra mi amor tan falso pensamiento,
¿de qué me quejo yo?

OTAVIA:

¿Qué estás dudando?

DON JUAN:

Lo que pudo mover a don Fernando.

OTAVIA:

  ¿Tú conócesle bien?

DON JUAN:

Poco, señora,
pero en fin le conozco.

OTAVIA:

Pobre vienes.

DON JUAN:

Otros mayores bienes atesora
el alma, porque son secretos bienes
para verte no más los dejo ahora;
pobre estoy.

OTAVIA:

Si tú quieres, aquí tienes,
don Juan, dos ricas joyas de diamantes,
que son para ocasiones semejantes.
  Mátame un hombre, pues soldado eres.

DON JUAN:

Por interés no matan los soldados.

OTAVIA:

¿Qué no harán por vengarse las mujeres?

DON JUAN:

¿Y los hombres también necesitados?
Yo soy noble, y soy pobre. Si tú quieres
presto te sacaré de esos cuidados
solo con ser mi esposa, aunque me mandes
que le vaya a matar desde aquí a Flandes.

OTAVIA:

  Don Juan, yo he conocido tu nobleza,
pero tengo un humor desvanecido,
que aborrecer me obliga la pobreza,
ni es para este lugar pobre marido,
porque para dolerte la cabeza,
parécesme discreto y bien nacido,
y yo con toda la arrogancia mía
profeso honor con alta valentía.
  Si quieres los diamantes que te ofrezco,
mátame a don Fernando, que quererte
tan pobre como estás, no lo apetezco.

DON JUAN:

Gran mal es la pobreza.

OTAVIA:

¡Es triste suerte!

DON JUAN:

¿Por pobre, Otavia, en fin, no te merezco?
Tienes razón, y de mi traje advierte,
que no me ha visto amigo que me hable.

OTAVIA:

Tal vienes, que es disculpa razonable.

DON JUAN:

  Pasa de largo el que otra vez solía
hablarme lisonjero, imaginando
que mi necesidad le obligaría.

OTAVIA:

Yo estoy a los que culpas disculpando.
Vete con Dios.

DON JUAN:

Permite, Otavia mía
que vuelva a verte.

OTAVIA:

Vuelve.

DON JUAN:

Dime cuándo.

OTAVIA:

Sea de noche, porque no te vean
entrar tan pobre algunos que pasean.

(Vase.)


BERNAL:

  ¿Qué te parece?

DON JUAN:

¿Qué ha de parecerme?

BERNAL:

Mira qué es la pobreza.

DON JUAN:

¡Ejemplo estraño!;
mas cuando fuera en mí tan verdadera,
con este buen suceso la sufriera.

BERNAL:

¿Pues cuál es buen suceso?

DON JUAN:

Haber fingido
don Fernando casarse con Otavia,
por quitar a don Pedro el casamiento.
Vamos a verle, que el recebimiento
dirá si su amistad es verdadera.

BERNAL:

Temo, señor, que ni aun hablarte quiera
viendo lo que hacen tus amigos todos,
pues todos pasan de diversos modos
sin quererte mirar, y el que te habla,
está temiendo que le pidas algo.
Mas, ¿qué me dices de la bella Otavia?

DON JUAN:

Cuando allí me apartó darme quería
dos joyas, porque diese a don Fernando
la muerte. ¿Ansí se atreve a la pobreza
la venganza?

BERNAL:

Sin duda está corrida.

DON JUAN:

Desengañome al fin de no quererme.

BERNAL:

Donde no hay interés el amor duerme.

DON JUAN:

No me parece ya tan bella Otavia.

BERNAL:

Es como tienes ya tanto dinero.

DON JUAN:

Dices verdad.

BERNAL:

Sí, a fe de caballero.

(Vanse, y salen DON FERNANDO y DOÑA ANA.)
DON FERNANDO:

  Ya queda desengañada.

DOÑA ANA:

No habiéndola de querer,
no era bien hecho tener
a una mujer engañada.

DON FERNANDO:

  El no haberme respondido
jamás don Juan de Acevedo,
doña Ana, me ha puesto miedo.

DOÑA ANA:

Notable descuido ha sido.

DON FERNANDO:

  Descuido no puede ser;
mayor desgracia imagino,
pues con el marqués no vino,
que llegó a Madrid ayer
  con algunos capitanes
y soldados de valor,
que aumenta más mi temor.
Todas pasean galanes,
  pero don Juan no parece.

DOÑA ANA:

¿Temes que es muerto?

DON FERNANDO:

¿Y no es justo?

DOÑA ANA:

No anticipes el disgusto
que el temor al alma ofrece.

DON FERNANDO:

  Si contra los dos navíos
de Argel viniendo se halló,
ten por cierto que murió.

DOÑA ANA:

Tened paciencia, ojos míos;
  tiempo os queda, si es verdad,
para llorar y sentir.

(Sale CELIA.)
CELIA:

¿Cómo te podré decir
tal nueva y tal novedad?
  Don Juan está aquí, señor.

DON FERNANDO:

¿Qué dices?

(Salen DON JUAN y BERNAL.)
DON JUAN:

Dame tus brazos.

DON FERNANDO:

¿Es don Juan? Con mil abrazos,
prendas de un eterno amor.

DOÑA ANA:

  Dádmelos también a mí.

DON JUAN:

Y con mil almas a vos.

DON FERNANDO:

¿Qué traje es este?

DON JUAN:

Por Dios,
que de vergüenza me vi
  determinado a no veros.

BERNAL:

Dalde los pies a Bernal.

DON FERNANDO:

¡Válate Dios!

BERNAL:

Vengo tal,
que no llego a ofenderos.

DOÑA ANA:

  Bernal, ¿qué es esto?

BERNAL:

La guerra,
porque veáis lo que pasa
el que sale de su casa,
sus amigos y su tierra.

DON FERNANDO:

  ¿Soldado y lloras, Bernal?

BERNAL:

No lloro, que lo fingí,
que aunque venimos ansí,
debajo el sayal hay al.

CELIA:

  ¿Y cómo?

BERNAL:

Pues no muy como.

CELIA:

Si come, cómo será.

BERNAL:

También Bernal comerá,
y después se sabrá cómo.

DON FERNANDO:

  Pensé que en estos navíos
de Argel, que embistió el marqués,
eras muerto.

DON JUAN:

Y que me des
para los sucesos míos
  atención te pido.

DON FERNANDO:

Di.

DON JUAN:

Los de Italia no diré
por no cansarte.

DON FERNANDO:

Estaré
como un mármol.

DON JUAN:

Pasó así:
  llegamos a Barcelona
con las galeras de Italia
para socorrer a Ibiza,
que así al marqués se lo manda
el Católico Filipo;
y estando medio aprestadas
con salva de artillería
vuela por el mar la fama
que dos navíos de Argel
pierden el respeto a España;
parte en su busca el marqués,
y habiéndoles dado caza,
bogando treinta y dos millas
las turcas naves alcanza.
Con toda la artillería
les hizo una ilustre salva,
y ellos no menos corteses
la suya al marqués disparan.
Vístese de humo el viento,
y las tronadoras balas
hacen que el mar imagine,
que es tempestad en bonanza.

DON JUAN:

Pero viendo el poco efecto,
y que si de aquella calma
refrescaba el viento, el turco
volvería las espaldas,
las galeras pone en orden,
y desta suerte les habla:
«Generosos españoles,
bien sé que la empresa es varia,
que en dos tan altos navíos
es desigual la ventaja,
no siendo vosotros mismos
los que hacéis tales hazañas,
que las fáciles no son
materia de vuestras armas.
Embistamos valerosos,
que la fiera capitana
de Argel es esta; tomemos
deste cosario venganza.»
Esto diciendo, la chusma
anima, y hiriendo el agua,
a las puertas de las naves
llaman las pintadas palas.
Tras la capitana embiste
con la patrona gallarda
don Gabriel de Chaves, honra
de su apellido y su patria.

DON JUAN:

Y don Francisco Mejía
con la galera Santa Ana,
sangre del Bazán ilustre,
y del marqués de la Guardia.
Luego el capitán Jorquera
la galera Santa Bárbara
llena de rayos y truenos,
no como suele abogada.
Y dándoles fuertemente
tiros y mosquetes carga,
de los valientes navíos
recibieron otra tanta.
Los turcos desesperados,
de manera peleaban,
que parece que ponían
en duda nuestra esperanza,
Mas por la mura de proa,
que halló desembarazada,
de tal manera la embiste
la galera capitana,
que pudo subir la gente,
y a españolas cuchilladas
rindió la soberbia turca,
que era la mejor del Asia.

DON JUAN:

Querer pintar al marqués
con la rodela embrazada,
la espada bañada en sangre,
y en honra ilustre la cara,
es querer con pincel tosco
pintar la estrella bizarra,
que tiene por rayos plumas,
y por resplandor las armas.
Hallamos setenta muertos,
que los cautivos no pasan
de sesenta, aunque leventes,
que así los valientes llaman.
Fueron a embestir el otro,
y la pólvora faltaba,
aunque el duque de Alcalá
hizo cuanto pudo en darla.
Con viento fresco el navío
hecho pedazos se escapa,
pero a pocos pasos pierde
de salvarse la esperanza;
porque haciendo un remolino
rotas las velas y jarcias
se fue a pique, y vio la arena
desde la quilla a la gavia.
Sangrienta fue la victoria;
pero ser victoria basta
quitándole un monstruo a Argel.
terror de Italia y de España.

DON FERNANDO:

  Huelgo de haberos oído,
y mucho más de que estéis,
don Juan, a donde seréis
de aquesta casa servido.
  ¿Venís pobre?

DON JUAN:

En tanto estremo,
que los que me han visto ya
huyen de mí.

DON FERNANDO:

¡Bien está!

DON JUAN:

Salir por las calles temo.

DON FERNANDO:

  Yo tengo seis mil ducados,
los tres serán para vos.

DON JUAN:

Mil años os guarde Dios.
No es justo daros cuidados.
  Yo me vuelvo a la montaña;
no he querido más de veros.

DON FERNANDO:

Nunca pensé mereceros
una ofensa tan estraña.
  ¡Hola! Llama al sastre luego;
saquen dos o tres vestidos
a don Juan.

DON JUAN:

No son fingidos
los abrazos donde llego.

DON FERNANDO:

  Apercebid luego un cuarto.
Cuélguese de lo mejor
de mi casa.

BERNAL:

Y yo, señor,
que vengo como el lagarto
  de San Ginés, ¿no tendré
cualque ropilla y calzón?

DON FERNANDO:

Bernal en esta ocasión
padre de entrambos seré:
  hágante luego librea.

BERNAL:

Vivas más, pues es tan justo,
que mujer propia a disgusto,
y tanta tu vida sea,
  que te vuelvan a nacer
dos o tres veces los dientes.

DON FERNANDO:

Entre tantos accidentes
don Juan, me admiro de ver,
  que no me hayáis preguntado
por don Pedro y por Otavia.

DON JUAN:

No fuera pregunta sabia
después de haberos hallado.
  De don Pedro ya sabía
que de la herida sanó,
que Fabio me lo contó
cuando de Italia venía.
  De Otavia no hay que saber,
que tengo miedo, advertid,
de una mujer de Madrid,
aunque principal mujer.
  Casada estará.

DON FERNANDO:

No está,
que yo sé quién lo estorbó,
si es que en aquesto os sirvió.

DON JUAN:

¿Que puedo quererla ya?

DON FERNANDO:

  ¿Cómo no? Poneos galán,
y pretended, que aquí estoy.

DON JUAN:

Con vuestra licencia voy,
que unos hidalgos están
  esperando en la posada,
solo a despedirme dellos,
que haber venido con ellos
es correspondencia honrada.

DON FERNANDO:

  Id en buen hora, y volved.

DON JUAN:

¡Qué bien mi engaño se entabla!

(Vase.)
BERNAL:

¿Vuesa merced no me habla?

CELIA:

¿Qué manda vuesa merced?

BERNAL:

  Estoy roto, estoy perdido,
y para amor desigual.

CELIA:

Más vale roto Bernal,
que el hombre más bien vestido.
  En esta casa no reina
el interés.

BERNAL:

Sea bendito
el venturoso distrito
donde el amor vive y reina.

(Vase.)
DON FERNANDO:

  Id, hermana, a aderezar
a donde don Juan esté.

DOÑA ANA:

Alabo que se le dé
en nuestra casa lugar.
  Pero casarle, ¿a qué efecto?
¿Quieres que si sale mal
te ponga la culpa?

DON FERNANDO:

Es tal
este mi amoroso afecto,
  que solo por darle gusto
no habrá cosa que no intente.
Voy a sacar diligente
sus vestidos.

DOÑA ANA:

Eso es justo,
  pero no casar a un hombre
cuando él está descuidado.

DON FERNANDO:

Mal sabes de amigo honrado
a cuanto se estiende el nombre.

(Vase.)
DOÑA ANA:

  Celia, ¿qué dices de mí?

CELIA:

Que viene a buena ocasión
don Juan.

DOÑA ANA:

Para más pasión,
pues no viene para mí.

CELIA:

  Declara tu pensamiento,
sabe ser mujer, enreda,
para que todo suceda
prósperamente a tu intento.
  Dile a don Juan la razón
que tienes de estar quejosa,
pues ya, señora, no hay cosa
que estorbe tu pretensión.
  Porque este que te pasea,
este don Pedro, este loco,
aunque estime a Otavia en poco,
ya sé que a Otavia desea.

DOÑA ANA:

  Celia, yo me determino
a declararme con él,
que no ha de ser tan crüel
la fuerza de mi destino.
  Direle mi voluntad,
que un hombre dentro en mi casa
mucho hará, si no traspasa
las leyes del amistad.

(Vanse, y salen DON PEDRO y OTAVIA.)
DON PEDRO:

  Estoy maravillado
que me llames a mí. ¿Yo papel tuyo?

OTAVIA:

Dícenme que has tratado
casarte con doña Ana, de que arguyo
que nunca me has tenido
aquel amor a mi lealtad debido.

DON PEDRO:

  ¿Tu lealtad? ¿Estás loca?
¿Lealtad sabes tener, ni amor, Otavia?

OTAVIA:

Si el desprecio provoca
a la más cuerda, más leal, y sabia,
bien lo dirá mi ruego,
pues a quererte despreciada llego.

DON PEDRO:

  ¿No estabas ya casada
con don Fernando?

OTAVIA:

Así pensé que fuera;
pero fui desdichada
para la dicha que por ti me espera,
pues hoy quieren los cielos
que me deje Fernando por tus celos.
  Si tú con las plumitas,
y la capa con oro rebozado
mi marido me quitas,
¿a qué deuda me quedas obligado?

DON PEDRO:

Otro galán sería,
que yo quiero otra dama, Otavia mía.

OTAVIA:

  ¿Qué dices? Que no creo
que sabes quién soy yo.

DON PEDRO:

Mas tú no sabes
lo que adoro y deseo,
y lo que pueden unos ojos graves:
que los que a todos miran
a los que obligan más menos admiran.

(Vase.)
OTAVIA:

  Quien por la sombra la verdad desprecia,
y a la espuma del mar la mano ofrece,
quien por mirar al sol se desvanece,
y entre galanes quiere ser Lucrecia.
Quien la ambición y la arrogancia precia,
sabiendo que la Luna mengua y crece,
mayor castigo con razón merece,
pues quiso loca, y la dejaron necia.
Yo desprecié de lo que hoy contenta
a quien agora a mí me ha despreciado,
porque del bien perdido me arrepienta.
Que en la mujer para tomar estado
también es la mejor la primer venta,
si no ha de hallar después lo que ha dejado.

(Sale GINÉS.)
GINÉS:

  Señora, ¿con qué palabras
podré decirte un suceso
tan estraño?

OTAVIA:

¿Qué hay? Decid.

GINÉS:

Aquel don Juan de Acevedo
sin duda es encantador:
¿no le has visto a lo escudero
dando conceptos al alma,
y rota bayeta al cuerpo?
Pues a la puerta ha llegado
con un hábito en los pechos,
dos lacayos, ocho pajes,
un overo cabos negros.
Probar quiso a vuesancé,
porque dice que un su deudo
le dejó diez mil de renta
por más forzoso heredero,
y aun un título en Italia;
y que servicios que ha hecho
al rey y al duque de Osuna,
le han dado el Lagarto en premio.
¿Subirá?

OTAVIA:

¿Qué me decís?

GINÉS:

Que lo he visto, y no lo creo.

OTAVIA:

Suba presto.

GINÉS:

Él viene ya.

(Entren DON JUAN, muy galán con hábito de Santiago, y BERNAL, galán con plumas y cadenas.)
DON JUAN:

Así engaña el pensamiento
de quien ama firme ausente,
donde no está satisfecho.
Así se prueba el amor
donde hay agradecimiento,
tales son los desengaños.

OTAVIA:

Pues, señor don Juan, ¿qué es esto?

DON JUAN:

¿No os dije yo muchas veces
de mi noble nacimiento
todas estas esperanzas?

OTAVIA:

Que me arrepiento confieso
de no haberos estimado.
¡Qué lindo sois, qué bien hecho!
El no reparar en vos
fue causa de no quereros,
aunque si os digo verdad,
más fueron malos consejos,
que yo siempre os he querido
para mi señor y dueño,
pero por veros tan pobre
se detuvo mi deseo.
¡Qué bien os está la cruz!

DON JUAN:

Por el crédito que pierdo
después que me vi tan roto
me puse aqueste remiendo.

OTAVIA:

Jesús, ¡qué galán estáis!
¿Quién es ese caballero
que viene con vos? No sé
dónde le he visto.

BERNAL:

Aquí dentro;
don Bernal Hernández soy,
y aunque sin hábito vengo,
basta que a mi padre oí
jurar por el de san Pedro.

OTAVIA:

¡Válate Dios por Bernal!
Dame los brazos.

BERNAL:

Bien puedo,
que ya no os podré manchar
como es el vestido nuevo.

GINÉS:

¡Qué galán venís, Bernal!
¿Tenéis ya muchos dineros?

BERNAL:

No faltan, gracias a Dios.

GINÉS:

¿Y queréis prestarme dellos?

BERNAL:

Setentón, no me da gusto.

OTAVIA:

¡Ay, mi don Juan de los cielos!
¡Quién te tuviera obligado,
quién de su amor satisfecho,
quién dado todas sus joyas,
quién su casa en tiempo adverso!
¿Ya quién duda que el estado
te ha mudado el pensamiento?
Ya no me tendrás amor.

DON JUAN:

Porque veas el que tengo,
y que el amor cuando es firme,
no sabe vengarse, hoy quiero
que nos casemos los dos.

OTAVIA:

¿Qué dices don Juan?

DON JUAN:

Que vengo
incitado de mi amor
y olvidado de mis celos.
Más con una condición,
que de otra suerte no puedo.

OTAVIA:

No hay imposible en el mundo
que lo pueda ser, si vengo
a merecer ser tu esclava.

DON JUAN:

Sabiendo que era mi deudo
hoy don Fernando Manuel,
di lugar a su deseo,
y me aposenté en su casa.
Por mis celos y por esto
quiero desposarme allí.
Ponte gallarda, y tratemos
en su casa aquesta noche,
Otavia, nuestros conciertos.

OTAVIA:

Eso me viene tan bien,
que me parto desde luego.

DON JUAN:

Lleva tus deudos.

OTAVIA:

Sí haré.

DON JUAN:

Pues parte, y guárdete el cielo.

OTAVIA:

Voy al punto. ¡Adiós, mi bien!

(Vase.)
BERNAL:

Pues, señor, ¿qué dices desto?

DON JUAN:

Que aquesta es la diferencia,
como lo muestra mi ejemplo
de tener o no tener.
Sígueme, que voy dispuesto
a intentar dos desatinos.

BERNAL:

¿De qué suerte?

DON JUAN:

Estame atento,
y sabrás por el camino
qué es honra en hombre discreto.

(Vanse.)
(Salen DON FERNANDO y su hermana DOÑA ANA.)
DON FERNANDO:

  Esto me cuentan muchos que lo han visto.

DOÑA ANA:

¿Don Juan tan rico? No me satisfago
sin verlo con mis ojos, mal resisto
por diligencias que con ellos hago.

DON FERNANDO:

Si es hombre de algún crédito Doristo,
él dice que el lagarto de Santiago
le cruza el pecho, y que galán pasea
con pajes y lacayos de librea.

DOÑA ANA:

  ¿En qué calle le vio?

DON FERNANDO:

Por la de Otavia.

DOÑA ANA:

Ya me pesa de verle en este estado.

DON FERNANDO:

Porque siendo mujer tan noble y sabia,
que le parece bien he sospechado.

DOÑA ANA:

Mucho don Juan su pensamiento agravia,
con presunción de caballero honrado.

DON FERNANDO:

¡Qué poca inclinación a Otavia muestras!

DOÑA ANA:

No se conforman las estrellas nuestras.

(Salen DON JUAN y BERNAL.)
DON JUAN:

  Aquí está.

BERNAL:

Llego contento.

DON JUAN:

Dadme, Fernando, los brazos.

DON FERNANDO:

¿Es don Juan?

DON JUAN:

Con nuevos lazos
de amor y agradecimiento.

DON FERNANDO:

En parte el miraros siento
en estado, aunque os ofenda,
que nuestra amistad defienda,
pues no siendo pobre ya,
perdida la causa está
de serviros con mi hacienda.
  Yo perdí grande ocasión
de mostrar mi voluntad;
si fue probar mi amistad,
no me deis satisfación.
Pero estas quejas no son
parte a negaros que os den
mis brazos el parabién,
si bien mi amistad es tal,
que me ha sucedido mal
por veros en tanto bien.

DON JUAN:

  Don Fernando, están mis cosas
en el estado que veis,
y la causa que tenéis
de esas quejas amorosas.
No son pruebas sospechosas
las que de vuestra verdad
pudo tener mi amistad
en tantas obligaciones,
sino fuertes ocasiones
de mi necia voluntad.
  Cuando en Italia me vi
rico, dije, suspirando:
«si fuera pobre Fernando,
que amigo tuviera en mí».
Luego a serviros partí,
y partir entre los dos
la hacienda que quiso Dios
darme, porque no tuviera
intento, si no viniera
para gozarla con vos.
  Y así la vuestra y la mía
una son, y con razón,
pues tengo satisfación
del amor que os merecía.
En pobre traje venía
solo a inquirir, solo a ver,
y he venido a conocer,
que en el mundo y su opinión,
ya no hay más estimación,
que tener o no tener.

DOÑA ANA:

  Bien os habéis disculpado
con mi hermano, no conmigo.

DON JUAN:

Dadme, señora, el castigo
de todo el yerro pasado.

(Sale CELIA.)
CELIA:

De un coche se han apeado
Otavia y dos caballeros.

DOÑA ANA:

Pues, ¿Otavia viene a veros?

DON JUAN:

Tened paciencia, por Dios,
porque tenemos los dos
qué tratar sin ofenderos.

(Salen todos, y OTAVIA muy bizarra.)
OTAVIA:

  Ya nos están esperando.

DON PEDRO:

Pues te casas y me dejas,
ruégale, Otavia, a don Juan
que con Fernando interceda
para que me dé a su hermana.

OTAVIA:

Yo lo haré cuando me vea
dueño de su voluntad.
¿Qué suspensión es aquesta?

LEONARDO:

No salen a recibirte.

OTAVIA:

¿Cómo? ¿Doña Ana suspensa?
¿Triste don Juan? ¿Don Fernando
puesta la vista en la tierra?
¿Bernal mirando las nubes
y melancólica Celia?
¿Qué es esto, señor don Juan?

DON JUAN:

Muy enhorabuena vengan
señores a ser testigos.

OTAVIA:

Eso sí, que estaba muerta.

DON PEDRO:

Don Juan, no son las heridas
de las honradas pendencias
para más que mientras duran.
Vuestra venida me alegra
y más vuestro casamiento.
Dadme los brazos.

DON JUAN:

Quisiera
tener mil almas que daros
por tan honrada nobleza,
que dais envidia a la mía,
pues hoy la vence la vuestra.
Y con tan buenos testigos,
sabed que doña Ana bella
es mi mujer, si Fernando
permite que yo le deba
esta amistad entre tantas;
porque Otavia, si se acuerda,
no ha estimado mi persona
y viene a estimar mi hacienda.

DON FERNANDO:

Yo por mi parte, don Juan,
os la doy.

OTAVIA:

¿Qué traza es esta
de engañar tan bajamente
a una mujer de mis prendas?

DOÑA ANA:

Quedo, Otavia, que las mías
solo es justo que merezcan
las de don Juan.

OTAVIA:

Pues, Fernando,
¿así en tu casa me dejas?
Cúmpleme tú la palabra.

DON FERNANDO:

Mejor don Pedro pudiera,
que primero te la dio.

DON PEDRO:

¿Cómo queréis que yo pueda
serlo entre tantos maridos,
y que todos vivos quedan?

DON FERNANDO:

Quien todo lo quiere, Otavia,
bien es que todo lo pierda.

OTAVIA:

Sois hombres.

DON FERNANDO:

Tú respondiste
cuerdamente; eres discreta.

GINÉS:

Bernal, ¿casaisos también
hoy que a mi ama la dejan?

BERNAL:

Mas pensé que eran badanas;
¿no veis que es mi esposa Celia?

OTAVIA:

¡Qué castigo a mi locura!

DON JUAN:

Aquí acaba la comedia
escrita para serviros;
perdonad las faltas nuestras.