Romancero selecto del Cid/Prólogo

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Nota: Esta transcripción respeta la ortografía original de la época.


PRÓLOGO

I

L

a historia literaria nos señala, como objeto de incomparable nombradía, á los héroes que ocupan el primer lugar en las grandes y poco numerosas epopeyas, hijas legítimas del genio de un pueblo. Al retratar el poeta venusino, y por cierto con colores nada halagüeños, el carácter de Aquiles, no encuentra epiteto que mejor le cuadre que el de celebrado (honoratum). Igual calificativo pudiera aplicarse á los dos héroes predilectos de las tradiciones heróicas de Francia y España. «El Cid, dice el docto Puymaigre[1], es tan popular allende los Pirineos, como aquende lo fué Roldán.» Y, en verdad, si el nombre del paladín francés traspasó inmediatamente los linderos de su tierra natal, y se extendió por dilatadísimas comarcas, los españoles han recordado el del héroe de Vivar con sin igual perseverancia, y ni un solo día ha dejado de ser proverbial y propuesto como dechado de guerreros y patricios.

Rodrigo ó Rúy Díaz el de Vivar, llamado también el Castellano y el Campeador y más comunmente el Cid (nombre de origen arábigo que significa Señor), hijo de Diego Laynez, descendiente del juez de Castilla Laín Calvo, nació en Burgos ó en la próxima aldea de Vivar á mediados del siglo XI. Hubo de figurar ya en los últimos tiempos del primer Fernando. Le armó caballero y le nombró su alférez Sancho II, á quien, después de la batalla de Golpejares, aconsejó el Cid que atacase al victorioso y ya descuidado ejército de su hermano Alfonso VI de León. Consta que venció en singular batalla á un sarraceno y á un pamplonés. Acaso ya por entonces casó con doña Jimena, hija del conde de Oviedo.

Muerto Sancho por Bellido Dolfos en el cerco de Zamora, doce caballeros, entre los cuales se contaba Rodrigo, exigieron del nuevo rey de Castilla Alfonso VI que jurase no haber tenido parte en la muerte de su hermano. Asistió el Cid algún tiempo en la corte, pero por el recuerdo de la jura ó por otro motivo de desazón ó por hablillas de los envidiosos, fué desterrado al finalizar el año 1081 ó poco más tarde.

Fuése Rodrigo á Barcelona y luégo á Zaragoza, donde entró á reinar Al-Mutamin. Sirvió á éste victoriosamente contra su hermano el rey de Denia, favorecido por los soberanos de Aragón y Barcelona. Siguió el Cid unido al hijo y sucesor de Al-Mutamin, con cuyo auxilio rechazó á los Almoravides, llamados por Al-Kaadir, rey de Valencia, sitiando después esta ciudad. Tres veces se allegó á Alfonso, pero no tardaban en separarse, saliendo la tercera nuevamente desterrado.

Muerto Al-Kaadir y entronizado el traidor Ben-D’yajaf, después de varios incidentes y de haber rechazado la invasión del Almoravide Abou-Becr, se apoderó el Cid de Valencia (1094). Mostróse al principio clemente, pero luégo condenó al fuego á Ben-D’yajaf y otros musulmanes. Alcanzó nuevas victorias, mas derrotado por los almoravides su pariente y amigo Álvar Fáñez y parte de su propio ejército, murió de pesadumbre (1099). Su viuda tuvo que dejar á Valencia después de haberse mantenido en ella dos años. Salieron los cristianos en procesión con el cadáver de Rodrigo, el cual, como también después el de Jimena, fué sepultado en San Pedro de Cardeña. Le sobrevivieron sus dos hijas, Cristina, casada con Ramiro infante de Navarra, y María que lo fué con Berenguer Ramón III de Barcelona.

La historia no nos presenta al Cid como héroe sin mancha: no siempre se mostró vasallo reverente, y su energía se convirtió á veces en crueldad, su prudencia en astucia; pero atesoró grandes cualidades que le valieron la admiración de amigos y enemigos musulmanes, uno de los cuales le proclamó prodigio del Señor. Sus victorias, de que se aprovechó toda la cristiandad, su vida aventurera y hazañosa y sus prendas personales y domésticas le convirtieron, á no tardar, en héroe de épicas tradiciones.

Pocos años después de su muerte, si no ya en vida, según opina Baist, fué el Cid celebrado en un poema latino, y consta que á mediados del siglo XII era ya cantado con el nombre de Mio Cid.

Dos son los poemas ó cantares de gesta relativos á este célebre personaje histórico que se han conservado. El que versa sobre hechos más antiguos, publicado en nuestro siglo por Mr. Francisque Michel, ha sido llamado la Crónica Rimada ó el Poema de las mocedades del Cid y pudiera llamarse simplemente El Rodrigo, pues tal es el nombre que da constantemente al héroe. Este poema cuenta la historia fabulosa de la juventud de Rodrigo, la cual comprende la muerte dada á un supuesto conde de Gormaz, injuriador de su padre, su casamiento con Jimena, hija del mismo conde, sus primeras victorias ganadas á caudillos árabes y la imaginaria expedición á Francia, á donde, según se supone, acompañó al rey D. Fernando, para oponerse al tributo que á Castilla exigían los monarcas extranjeros.

El otro cantar, llamado comunmente el Poema del Cid, fué publicado en el pasado siglo por el Pbro. Don Tomás Sánchez, y pudiera distinguirse de El Rodrigo, apellidándole El mio Cid, pues así denomina al de Vivar. Menos apartado que aquél de la realidad histórica, es, á nuestro ver más antiguo, y nos presenta un héroe, nada muelle ni apocado, pero grave y comedido, sin los impetuosos arranques atribuídos á sus mocedades. Refiere las hazañas del Cid después de su último destierro, la toma de Valencia, el casamiento, sin duda alguna fabuloso, de sus hijas con los infantes de Carrión, la cobardía de éstos y el mal tratamiento que dan á sus esposas, las cortes convocadas por Alfonso, la sentencia pronunciada contra los infantes y los nuevos casamientos de las hijas del Cid con el infante de Aragón (así dice) y el de Navarra.

Fueron narrados también en cantares perdidos, el testamento y la muerte de don Fernando, el cerco de Zamora, la muerte de don Sancho y la jura de Alfonso.

La Estoria de Espanna ó Crónica general compuesta ó más bien dirigida por Alfonso X, que contiene un gran depósito de relatos históricos y poéticos de la vida del Cid, ha conservado otras tradiciones, que sin duda no fueron cantadas, tales como la de haber el Cid libertado á don Sancho en Santarem, y amonestado y corregido al cobarde Martín Peláez en el cerco de Valencia y las del converso Gil Díaz y demás que dan cima á la biografía del héroe.

Leves rastros de alguna otra tradición se perciben en la Crónica particular del Cid, que por el intermedio de la de Castilla redactada en tiempo de Alfonso XI, proviene, según observó un ilustre crítico, de la obra histórica del Rey Sabio[2].

II

En la época de la formación de los romances, llegó el Cid á ser el héroe predilecto de estas composiciones populares que tanto valimiento alcanzaron. Fué además el único de cuyos romances se publicó una colección especial, empresa llevada á cabo por Escobar en su Romancero é Historia del muy valeroso caballero el Cid, Rúy Díaz de Vivar, impreso por primera vez en 1612 en Alcalá. Esta colección comprende 102 romances, algunos de los cuales tomó Escobar del Cancionero publicado en Amberes, primero sin fecha y por segunda vez en 1550, otros de los compuestos ó publicados por Sepúlveda y Timoneda, y, finalmente, y en mayor número, del Romancero general, añadiendo algunos que, como los últimos, pertenecen al género de romances nuevos ó artísticos. La colección de Escobar ha sido impresa en España á lo menos diez y ocho veces, y no pudo eclipsarla, antes bien quedó poco menos que desconocida la publicada en 1626 en Barcelona por Francisco Metje con el título de Tesoro escondido de todos los más famosos romances así antiguos como modernos del Cid... con romances de los siete infantes de Lara[3].

Los romances del Cid (y en esto no fueron únicos) inspiraron composiciones dramáticas, siendo sin duda las primeras las dos tan famosas de Guillén de Castro. Á éste siguió Pedro Corneille en varias escenas de su celebérrima tragedia del Cid, si bien al defender el carácter que había atribuído á Jimena, adujo la autoridad, no del dramático español, sino la de dos romances. La obra de Corneille fué el principal origen de la fama del Cid fuera de España. En la llamada Bibliothèque universelle des Romans (2.º volumen del mes de Julio de 1783) se publicó una versión bastante libre (por Couchut?) de varios romances del héroe de Vivar. Esta traducción fué puesta también libremente en lengua alemana por el famoso Herder cuyo libro se divulgó en gran manera entre sus compatricios. Han dado éstos, sin embargo, más fieles traducciones y publicado de nuevo los originales J. (Julius) con un prólogo castellano y una biografía del héroe por Müller, Keller que aumentó á Escobar y Carolina Michaelis que ha reunido 205 romances.

Todos los comprendidos en la colección selecta que damos á luz se leen en el incomparable Romancero general de Durán á excepción del Yo me estando en Valencia y del Junto al muro de Zamora que descubrieron Wolf y Hofmann en el segundo tomo de la Silva de romances de Zaragoza, publicándolo en su Primavera y Flor de romances, y del Banderas antiguas tristes que proviene del Tesoro de Metje y ha publicado Köhler en su Herder’s Cid con variantes del Jardín de amadores[4]. Nuestra elección no ha seguido exclusivamente un criterio estético. Hemos procurado en especial dar al lector una narración seguida, evitando, con alguna excepción casi necesaria, la repetición de un mismo hecho. Entre dos romances de igual asunto, no siempre hemos preferido el más antiguo, como hubiéramos hecho en una colección de índole científica, sino el más satisfactorio en su género. Al que nos tildase de haber omitido alguno de los viejos y admitido un gran número de los artísticos, contestaríamos además que varios de los últimos han adquirido gran celebridad y se echarían de menos en un Romancero del Cid, y que algo se ha de atender, en una publicación como la presente, al gusto del mayor número de lectores.

Pertenecen á la clase de los llamados primitivos y que con más ó menos rigor son acreedores á este título los: 6, Cavalga Diego Laínez; 7, Día era de los Reyes; 17, Por el val de las Estacas; 19, Á concilio dentro en Roma; 25, Doliente se siente el rey; 26, Morir vos queredes, Padre; 27, Rey don Sancho, rey don Sancho; 31, Apenas era el rey muerto; 32, Afuera, afuera, Rodrigo; 33, Riberas del Duero arriba; 34, Junto al muro de Zamora; 35, Guarte, guarte, rey don Sancho; 36, De Zamora sale D'Olfos; 39, Ya cabalga Diego Ordóñez; 43, Tristes van los zamoranos; 45, Por aquel postigo viejo; 46, En Santa Águeda de Burgos; 76, Helo, helo por de viene; 83, Por Guadalquivir arriba; 84, Tres cortes armara el rey; 85, Yo me estando en Valencia. En estos romances, por lo común bellísimos, hállanse el corte popular y la expresión ingenua que no pudo después imitar el arte, y no tan sólo en los asuntos, pero aun en los pormenores guardan preciosas reliquias de los antiguos cantares, transformados á menudo por la fantasía popular y algunas veces por la inventiva del poeta no menos que por el influjo de las crónicas. En el 46 se nota la mención de trajes relativamente modernos.

Los romances, 8, Reyes moros en Castilla; 9, De Rodrigo de Vivar; 14, Sobre Calahorra esta villa; 15, Muy grandes huestes de moros; 28, Llegado es el rey don Sancho; 29, Entrado ha el Cid en Zamora; 30, El Cid fué para su tierra; 56, Ese buen Cid Campeador; 57, Adofir de Mudafar; 68, Aquese famoso Cid, Con gran razón etc.; 74, En batalla temerosa; 94, Estando en Valencia el Cid; 96, Aquese famoso Cid De Vivar etc.; 101, Vencido queda el rey Búcar; 102, En Sant Pedro de Cardeña son de la colección de Sepúlveda; el 13, Celebradas ya las bodas, está fundado en otro del mismo origen. Estos romances, que han debido incluirse para completar la narración, no son sino transcripción versificada de la crónica: mas aunque ayunos de inspiración poética, agradan por lo que conservan de las antiguas narraciones. El 60, Apretada está Valencia, aunque anterior á los de Sepúlveda y más arcáico en la forma, pertenece también á la clase de los tomados directa y literalmente de la historia escrita.

Los demás romances de esta colección son de los que se llamaron nuevos y que la crítica ha denominado artísticos.

No diremos de ellos lo que dijo Marcial de sus epígramas, pero no cabe duda en que los hay medianos y algunos maleados en sumo grado por los vicios á que propende este género, es decir, la afectación de antigüedad en el lenguaje y el abuso de una fecundidad razonadora y palabrera. No obstante, en general puede afirmarse que son bien hechos y de agradable lectura y se ve que los poetas no sólo atendían al lucimiento de su ingenio, sino que miraban con cierto respeto y seriedad el asunto. Algunos particularmente son verdaderas joyas del arte; tales como el 2, Cuidando Diego Laínez, donde con tanta viveza y maestría se expone la prueba que hace de sus hijos el sucesor de Laín Calvo; el 5, Llorando Diego Laínez de tan dramático efecto; los 10, Á Jimena y á Rodrigo y 11, Á su palacio de Burgos, recomendables por su gracia y por la viveza (ya que no por la exactitud arqueológica) de sus descripciones; el 12, Domingo por la mañana que parece hecho para competir con el 11; el 20, En los solares de Burgos y 21, Pidiendo á las diez del día, notables, según observación de Federico Schlegel, por su delicada ironía; el 22, Salió á misa de parida, modelo acaso del 12 y que emula si no vence á los 10 y 11; los 23, Acababa el rey Fernando, y 24, Atento escucha las voces, tan preciosos en su género que no hemos podido desecharlos, á pesar de ofrecer el mismo argumento que dos bellísimos primitivos; el 41, El hijo de Arias Gonzalo, modelo de sentimientos caballerescos y de elegante sencillez; el 49, Fablando estaba en el claustro que forma un cuadro completo en que parece adivinarse la decoración románica; el 67, Victorioso vuelve el Cid que tan bizarra apostura y tan discretas razones atribuye al héroe; el 70, Acabado de yantar que con bien escogidos toques cómicos pinta la cobardía de los infantes; el tan sentido 78, Al cielo piden justicia; el 82, Recibiendo el alborada que participa de la gala de los moriscos, etc.—Dígase lo que quiera, pero algo han de tener estas composiciones, cuando muchos de sus versos quedan perennemente grabados en la memoria de quien los leyó y saboreó en edad temprana[5].

De las diversas épocas á que pertenecen los romances (aunque menos apartadas entre sí de lo que muchos han opinado) se deriva para las obras componentes del Romancero del Cid una divergencia de estilos en gran manera opuestos á la idea de los que lo propusieron como prueba y ejemplo de epopeyas formadas por una serie de breves cantares. Esta misma divergencia desagradará sin duda á quien busque, con ánimo severo, una construcción regular y homogénea; mas puede contribuir al deleite del que prefiera una perspectiva curiosa y variada.

Motivo más formal de aprecio se halla en el valor relativamente moral é histórico del mismo Romancero. Se extrañará la primera calificación, que damos únicamente como relativa, si se atiende al primer hecho ruidoso que se atribuye al Cid (fundado en preocupaciones que la recta razón desaprueba) y á los ímpetus de su bravío carácter, con respecto al monarca y aun al sumo Pontífice[6]: todo lo cual proviene de las fabulosas narraciones transmitidas por el poema de El Rodrigo; mas fuera de esto y si se atiende al efecto general, se ve retratado el Cid como varón de nobilísimo carácter, defensor de la fe, de la patria y de la familia, amador del derecho, bueno para los suyos y rendido en el fondo á un monarca que no siempre le trataba con justicia. Por otra parte, levísimas supresiones han bastado para que resultase una expresión constantemente limpia y decorosa[7].

Por lo que hace á la parte histórica ¿quién negará que se han entrometido muchas ficciones en la vida poética de nuestro héroe? Es fabulosa la reyerta de Diego y su hijo con un Gormaz (ó Lozano ó mejor lozano) que nunca ha existido, y toda la expedición de Fernando y de Rodrigo á lejanas tierras; esto también, aunque con más visos de verosimilitud, el casamiento de los infantes de Carrión, y distan mucho de ser auténticas la mayor parte de anécdotas que de los posteriores años se refieren. Mas casi todos los personajes, un gran número de hazañas, el hecho importantísimo de la toma de Valencia, la resistencia á los almoravides, las desavenencias y reconciliaciones con Alfonso y un cierto ambiente general que en los romances se respira, son verdaderamente históricos.

Por tales dotes, menos comunes de lo que se creyera en narraciones de esta clase, por el sinnúmero de bellezas poéticas que sólo muy someramente hemos indicado, por el interés é incomparable variedad de las situaciones queda justificada la predilección de propios y extraños por el Romancero del Cid, que el célebre estético Hegel (en demasía célebre como filósofo) puso por encima de los demás ciclos poéticos populares y equiparó á un collar de perlas.


Manuel Milá y Fontanals.


NOTAS DEL PRÓLOGO

  1. (1) Petit Romancero.
  2. (2) Lo que acaba de leerse es brevísimo resumen de nuestro libro De la poesía heróico-popular castellana, pág. 219 á 270. Desde la última á la 300 se estudian el origen y la índole de los romances viejos del Cid.
  3. (3) Véase Durán, II, 682, para el Romancero de Escobar y sus trece reimpresiones españolas, hasta la mutilada de González de Reguero (no Roquero), Madrid, 1818, á las cuales deben añadirse una de Barcelona, otra de Palma y dos de Madrid, posteriores. Acerca del Tesoro de Metje, véase el mismo Durán y Köhler Herder s Cid. Añadiendo á esta colección las diez y ocho impresiones españolas del Escobar, las colecciones de Julius, Keller, Durán (1.ª y 2.ª edición) y Michaelis, sin contar las muchas repeticiones de romances aislados de nuestro héroe en colecciones generales, tendremos que el presente RomanceroRomancerillo) del Cid es, cuando menos, el vigésimo quinto.
  4. (4) Hemos cambiado el segundo verso de este romance que decía: Victorias un tiempo amadas en De victoria un tiempo amadas, siguiendo la corrección propuesta por Damas Hinard.
  5. (5) No pretendemos que los nombrados son los únicos romances artísticos de mérito entre los del Cid. Aun en los que lo tienen en grado inferior, suele haber rasgos notables; por ejemplo el 64: Partíos ende los moros ofrece el siguiente, hablando de las arcas entregadas á los judíos Raquel y Vidas:

    Que aunque cuidan que es arena
    lo que en los cofres está,
    quedó soterrado en ellos
    el oro de mi verdad:

    rasgo que, si mal no recordamos, atribuyó Dozy á un depurado idealismo moderno y al ingenio del poeta francés Delavigne, que lo adoptó en su drama titulado Les filles du Cid.—No hemos nombrado entre los mejores romances el 75: Tirad, fidalgos, tirad, á pesar de ser obra de Lope de Vega y de no carecer de ingenio, ni incluido siquiera en la colección el celebrado Al arma, al arma sonaban, que lleva el n.º 745 en el Romancero de Durán, cuyo estribillo

    Rey de mi alma y d' esta tierra conde
    ¿Por qué me dejas? ¿Dónde vas? ¿Adónde?

    pareció al ya citado Dozy digno de un mal libretto de ópera; así como se nos antoja que lo tuvo presente Cervantes al poner en boca de Altisidora:

    Cruel Viriato, fugitivo Eneas,
    Barrabás te acompañe, allá te avengas.

  6. (6) El satírico Francisco Sánchez en su libro La verdad en un potro y Cid resucitado, encaminado á censurar las patrañas que del Cid se referían, enójase especialmente de los supuestos desacatos al Padre Santo. No son éstos históricos ni pudieron serlo, pues no hubo tal expedición á Francia ni á Roma; ni el Cid, por lo que sabemos, salió en su vida de España.
  7. (7) La de seis versos que pertenecen, no al Cid sino á los infantes de Lara, en el romance 7, de cuatro ingenuos con exceso en el 25 y de dos harto groseros en el 85.