Silva V (Gatomaquia)

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​Gatomaquia​ de Lope de Vega
Silva V
     Oh tú, don Lope, si por dicha agora
por los mares antárticos navegas,
o surto en tierra, cuando al puerto llegas,
preguntas a la Aurora
qué nuevas trae de la bella España,
donde tus prendas amorosas dejas
y por regiones bárbaras te alejas,
o miras en los golfos
de la naval campaña
por dónde vino Júpiter a Europa,
encima de la popa,
sin velas de Mauricios ni Rodolfos
más traidores que fué Bellido de Olfos,
sereno el rostro, en la dormida Tétis,
de la airada Anfitrite,
más que en Sevilla corre humilde el Betis,
cuando a la mar permite
la luna barquerola,
no por las nubes de color de Angola,
una punta a la tierra y otra al cielo,
de pocas luces salpicando el velo,
escucha, en voz más clara que confusa,
mi gatífera musa,
y no permitas, Lope, que te espante
que tal sujeto un licenciado cante
de mi opinión y nombre,
pudiendo celebrar mi lira un hombre
de los que honraron el valor hispano,
para que al resonar la trompa asombre:
''Arma virumque cano'';
que, como no se usa
el premio, se acobarda toda musa;
porque si premio hubiera,
del Tajo la ribera
la oyera en trompa bélica sonora
divinos versos, hijos del aurora.
Por esto quiero, más que ver ingratos,
cantar batallas de amorosos gatos;
fuera de que escribieron muchos sabios,
de los que dice Persio que los labios
pusieron en la fuente Cabalina,
en materias humildes grandes versos.
Mira si de Virgilio fueron tersos,
cuya princesa pluma fue divina,
cuando escribió el ''Moreto'', que en la lengua
de Castilla decimos ''almodrote'',
sin que por él le resultase mengua,
ni por pintar el picador ''mosquito''.
Y ¿quién habrá que note,
aunque fuese satírico Aristarco,
de Ulises el diálogo a Plutarco?
La calva en versos alabó Sinesio,
gran defecto tartesio:
quiere decir que hay calvos en España
en grande cantidad, que es cosa estraña,
o porque nacen de celebro ardiente;
Y también escribió del transparente
camaleón Demócrito,
y las cabañas rústicas Teócrito,
y tanta filosófica fatiga
Diocles puso en alabar el nabo,
materia apenas para un vil esclavo;
el rábano Marción, Fanias la ortiga,
y la pulga don Diego de Mendoza,
que tanta fama justamente goza.
Y si el divino Homero
cantó con plectro a nadie lisonjero
la ''Batracomiomaquia'',
¿por qué no cantaré la ''Gatomaquia''?
Fuera de que Virgilio conocía
que a cada cual su genio le movía. 
  
     Ya todo prevenido
para el tálamo estaba,
y el día estatuído
la posesión llamaba
a la esperanza de los dos amantes;
mas muchas veces con peligro toca
el vidrio lleno de licor la boca.
alegres los vecinos circunstantes,
convidados los deudos y parientes
y escrito a los ausentes:
que en tales ocasiones más atentos
están que a la verdad los cumplimientos.
Sólo Marramaquiz, gato furioso,
lamentaba celoso
sus penas y cuidados
por altos caballetes de tejados,
en que su voz resuena,
cual suele por las selvas Filomena,
que ha perdido su dulce compañía,
con triste melodía
esparcir los acentos de su pena,
trinando la dulcísima garganta,
que a un tiempo llora y canta,
o como perro braco
que ha perdido su dueño,
o flamenco o polaco,
que ni se rinde al sueño,
ni el natural sustento solicita,
aunque en cantar no imita
el ruiseñor süave;
que una cosa es el perro y otra el ave,
y a cada cual su propio oficio cuadra,
porque si canta el ave, el perro ladra.

     Tenía ya Ferrato
en un zaquizamí curiosamente
la sala aderezada
de uno y otro retrato
de belicosa cuanto ilustre gente:
que las efigies son de los mayores
el más heroico ejemplo,
de la perpetuidad glorioso templo,
como se ven del Tarborlán y Eneas,
y en Calvo, el de las fuerzas giganteas,
en Juan de Espera en Dios y el Transilvano
en Pirro griego y Escévola romano.
Allí estaba Gafurio,
que ganó la batalla de las monas,
de grave gesto y de nación ligurio,
y otros gatos con cívicas coronas
navales y murales,
y al laurel de los césares iguales.
No faltaban el Túmire y el Mocho,
ni, con el descolado Hociquimocho,
que asistía en las casas del cabildo,
y el armado Mufildo,
más de valor que acero,
ni Garavillos, gato perulero.
Estaba el rico estrado
de dos pedazos de una vieja estera
hecha la barandilla,
de ricas almohadas adornado
en tarimas de corcho, y por de fuera,
el grave adorno de una y otra silla,
con tanta maravilla,
que si un culto le viera,
es cierto que dijera
por únicos retóricos pleonasmos:
«Pestañeando asombros, guiñó pasmos».
  
     Ya las sombras, cayendo
de los mayores montes
a los humildes valles,
enlutaba los claros horizontes,
y el mecánico estruendo
en las vulgares calles
cesaba a los oficios;
tráfagos y bullicios
encerraba el silencio en mudos pasos,
y a diferentes casos
la ronda y los amantes prevenían
las armas que tenían,
cuando, a la luz huyendo la tiniebla,
de alegres deudos el salón se puebla.
Vino Calvillo, de fustán vestido,
de patas de conejos guarnecido,
griguiesco y saltambarca,
más amante de Laura que el Petrarca,
por una gata deste nombre propio,
aunque parezca en gatos nombre impropio;
pero si llaman a una perra Linda,
Diana, Rosa, Fátima y Celinda,
bien se pudo llamar Laura una gata
picebruñida como tersa plata.
Maús de bocací trujo griguiesco,
cuera de cordobán, gorrón tudesco,
y de negro, con mucha bizarría,
Zurrón, gato mirlado,
de medias y de estómago colchado;
Ranillos, que bajó de Andalucía,
de conejo en conejo,
por la Sierra Morena,
a ver del Tajo la ribera amena,
con el cano Alcubil, su padre viejo;
Gruñillos y Cacharro,
la nata y flor del escuadrón bizarro;
Marrullos y Malvillo,
uno de raso azul y otro amarillo;
Garrón, Cerote y Burro,
gatos de un zapatero...
Mas ¿para qué discurro
con verso torpe y proceder grosero,
cuando lo menos de lo más refiero,
si me aguardan las damas, que aquel día
mostraron cuidadosa bizarría?
Vino Miturria bella,
Motrilla y Palomilla,
la flor de la canela y de la villa,
y cada cual en la opinión doncella,
cosa dificultosa:
por eso es bien que la mujer hermosa,
cuando honesta se llama,
tenga por obras el perder la fama.
Y, entre todas, fué rara la hermosura
de la bella y discreta Gatifura,
y, vestida de nácar, Zarandilla,
la gata más golosa de Castilla.
Ocupadas las sillas y el estrado,
salió Trebejos, gato remendado,
y sacando a la bella Gatiparda,
comenzaron los dos una gallarda,
como en París pudiera Melisendra;
y luego, con dos cáscaras de almendra
atadas en los dedos, resonando
el eco dulce y blando,
bailaron la chacona
Trapillos y Maimona,
cogiendo el delantal con las dos manos,
si bien murmuración de gatos canos.
Mas ya, Musas, es justo
que me deis vuestro aliento y vuestro gusto,
canoro, sí, más claro,
que parezca de un nuevo Sanazaro;
denme vuestros cristales en los labios,
que de ignorantes me los vuelvan sabios;
que Zapaquilda de la mano sale
de doña Golosilla, su madrina,
saya entera de tela columbina,
de perlas arracadas
en listones de nácar enlazadas;
la cabeza, de rosas primavera,
más estrellada que se ve la esfera;
el blanco pelo, rubio a pura gualda,
y un alma en cada niña de esmeralda,
de cuyos garabatos
colgar pudieran las de muchos gatos;
chapines de tabí con sus virillas,
entre una y otra, descubriendo espacios
de la roja color de los topacios,
de nuestra edad y siglo maravillas;
que lo que ser solía
un medio celemín con ataujía,
un pirámide es hoy de tela de oro
y cuesten sus adornos un tesoro,
que ponen miedo de casarse a un hombre,
subiendo el dote a un número sin nombre,
si piensa sustentar traje tan rico.
Sentóse, al fin, mirlándose de hocico,
y prosiguió la fiesta de la danza
contra la posesión de la esperanza.
Mas ¿quién dijera que saliera incierta?
Marramaquiz, entrando por la puerta,
vencido de un frenético erotismo,
enfermedad de amor, o el amor mismo.
  
      Suspenso y como atónito el senado
de ver de acero y de furor armado
un gato en una boda,
donde es propia la gala, y no el acero,
alborotóse todo;
y Zapaquilda, viéndole tan fiero,
humedeció el estrado, y con mesura
comunicó su miedo a Gatafura,
si bien consideraba
que entonces Micifuf ausente estaba;
Porque sólo esperaban que viniese,
y que la mano prática le diese,
de que ya la teórica sabía,
que confirmase tan alegre día.
En esta suspensión, todos turbados,
Marramaquiz abrió los encendidos
ojos, vertiendo de furor centellas;
los dejó temerosos y admirados,
Y imprimiendo esta voz en sus oídos,
al aliento feroz de sus querellas:
«Villanos descorteses,
más falsos y traidores
que moros y holandeses,
porque, siendo fautores,
no sois en las maldades inferiores;
escuadrón de gallinas,
junta de gatos viles,
que no de bien nacidos;
bajos habitadores de cocinas,
entre asadores, ollas y candiles,
donde, como a cobardes y abatidos,
la más humilde esclava os apalea,
no trocando jamás la chimenea
por la guerra marcial y sus rebatos,
lamiendo lo que sobra de los platos
y durmiendo el invierno, cuando eriza
los cabellos el hielo,
revueltos en la cálida ceniza,
hasta que ardiente el Sol corona el cielo:
Yo soy Marramaquiz; yo soy, villanos,
el asombro del orbe,
que come vidas y amenazas sorbe;
aquel de cuyos garfios inhumanos,
león en el valor, tigre en las manos,
hoy tiemblan justamente
las repúblicas todas
que desde el Norte al Sur, por varios mares,
miran de Febo la dorada frente,
y el que ha de hacer que tan infames bodas,
y con tantos azares,
sean las de Hipodamia,
está en vosotros resultando infamia»

     ¡Oh Musas!, este gato había leído
a Ovidio, y por ventura
de la fábula de Hércules quería
el ejemplo tomar, pues, atrevido,
Hércules se figura,
y los gatos, centauros, que aquel día
murieron a sus manos:
porque no fueron pensamientos vanos
los de sus celos locos,
pues de sus manos se escaparon pocos,
llamándolos traidores mauregatos;
que, levantando una cuchar de hierro,
a eterno condenándolos destierro,
fue Taborlán de gatos,
haciendo más estrago su arrogancia
que en Cartago y Numancia
el romano famoso:
A un gato que llamaban el Raposo,
más que por el color, por el oficio,
la cara, que no tuvo reparada,
quitó de una valiente cuchillada,
imposible quedando al beneficio;
y de un revés que sacudió a Garrullo,
dio el último maúllo;
cortó una pierna al mísero Trebejos,
gran cazador de gansos y conejos;
desbarató el estrado,
que pensaron guardar gatos bisoños
con cucharas de palo por espadas,
que de galas quedó todo sembrado,
naguas, jaulillas, guantes, ligas, moños,
rosetas, gargantillas y arracadas,
chapines, orejeras y zarcillos;
y porque defendió llegar Malvillos
a robar a la novia, dio dos cabes,
como Hércules a Licas,
y quebrando con él a dos boticas,
desde una claraboya,
cuanto componen purgas y jarabes.
Ni a vista de sus naves
fue más furioso Aquiles, cuando en Troya
le dijeron la muerte de Patroclo,
ni con mazo y escoplo
tantas astillas quita el carpintero
como vidas quitó, celoso y fiero,
ni más sangriento Nero
la mísera plebeya
gente miró quemar desde Tarpeya.
En fin, llegando donde ya tenía
Zapaquilda la vida por segura,
le dijo: «Tente, ¿dónde vas, perjura?» 
Ella, temblando, respondió turbada:
«Huyendo el filo de tu injusta espada,
que se quiere vengar de mi inocencia
con tan fiera insolencia,
quitándome mi esposo;
pero yo me sabré quitar la vida,
Polifemo de gatos».
«¡Ojos hermosos siempre y siempre ingratos!
(le respondió furioso):
¿desa manera habláis en mi presencia?
¡Oh gata la más loca y atrevida!
Yo solo soy tu esposo, fementida;
Yyal villano que piensa que a sacarte,
con este casamiento, será parte
destas enamoradas uñas mías,
que vencen las arpías,
verás, si no me huye
y el bien que me quitó me restituye,
cómo le mato, y, desollando el cuero,
le vendo para gato de dinero».
«Si tú (le respondió) mi dulce esposo
me matares tirano,
yo, con mi propia mano,
me quitaré la vida». 
Furioso entonces, sobre estar celoso,
de donde estaba ¡ay mísera! escondida
trasladóla a sus brazos inhumano,
cual suele yedra, a los del olmo asida,
trepar lasciva a la pomposa copa,
vistiendo el tronco de su verde ropa,
de tiernos lazos y corimbos llena.
Así Paris robó la bella Helena,
las naves aguardando en la marina,
y así fiero Plutón a Proserpina.
Ella entonces llamaba
a Micifuf a voces,
que no la oía, porque ausente estaba;
Al fin, tirando coces,
se le cayó un zapato;
mas ni por eso se dolió el ingrato,
viendo correr las lágrimas por ella;
y él, corriendo con ella,
que ni deudo ni amigo la socorre,
la puso de su casa en una torre,
como tuvo Galván a Moriana.
Tal es del mundo la esperanza vana:
porque quien más en los principios fía,
no sabe dónde ha de acabar el día.