Soledad (Mitre)/Capítulo XV

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Un año después de los sucesos que acaban de leerse, se veían en la misma galería que ha sido teatro de algunos de ellos, a dos jóvenes de distinto sexo, sentados uno junto al otro con sus brazos amorosamente entrelazados. A la primera vista se conocían dos recién casados. Eran Enrique y Soledad, que sólo hacia quince días que se habían unido al pie del altar.

-Pero, Soledad, le decía Enrique, no has leído aún la carta que te ha escrito tu amiga Cecilia.

-No quiero. Perdería esos momentos que podría aprovechar oyéndote hablar.

-Leela, sin embargo.

-Leela tú, y de ese modo siempre oiré tu voz.

Enrique rompió el sello de la carta y leyó en alta voz lo que sigue.


«Mi querida Soledad.

«Te felicito por tu reciente casamiento, y te deseo que seas tan feliz con tu Enrique como yo lo soy con mi Eduardo, quien me encarga que te exprese de su parte los votos que hace por tu felicidad.

«Tu ahijado está cada día más hermoso y más travieso, y espero que dentro de nueve meses podremos llamarnos con Eduardo padrinos de un hermoso muchacho.

«Dile a tu esposo muchas cosas de mi parte, y recibe el corazón de tu amiga que te quiere.

CECILIA.»


-Todos son felices, -dijo Soledad,- y toda esta felicidad que siento en mí y que gozan todas las personas que amo es obra tuya, mi querido Enrique.

Enrique le selló los labios con un beso, cuyo sonido se confundió por un momento con el rumor de las hojas y de la brisa.